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CAPITULO VIII
KATHERINE
Abrí los ojos lentamente. Me di cuenta que unos brazos me rodeaban.
- ¿Piensas abrazarme todo el día?
Recostados en la cama, Lucas y yo habíamos dormido juntos, plácidamente; como no habíamos dormido en semanas.
- ¿Has tenido alguna pesadilla?
- No – respondí sinceramente – .Que extraño, hoy dormí mejor que nunca.
- Veo que hace mucho que no tienes un buen sueño.
Desde la muerte de mi hermana, esas pesadillas me habían acompañado. Hoy no recordaba haber soñado y descansé de lo más normal. Debería sentirme complacida y alegre, pero… por alguna razón tuve un mal presentimiento de eso, o tal vez solo una cierta intranquilidad.
- Pareces preocupada.
- Cómo crees – me acurruqué más en sus brazos -. Hay que dormir un poco más.
- Nada me gustaría más que eso, pero ¿no tienes que recibir a alguien hoy?
- ¡Es verdad! – me incorporé de golpe –tengo que darle el visto bueno a esa chica.
Me puse la ropa más seria que encontré que al mismo tiempo luciera elegante, pero sencilla.
- Ponte algo adecuado – le dije- ¿Piensas recibirla en pijama?
- De acuerdo – se levantó de la cama -, me pondré traje militar.
- Muy gracioso.
- ¿Acaso piensas mandarla a la guillotina? Es solo una niña.
- Precisamente por eso: Las niñas a su edad solo piensan en fiestas, chicos, maquillaje, ropas de marca…En todo menos en responsabilidades. No pienso convertirme en su niñera, ya tengo muchas ocupaciones.
- Estas generalizando demasiado. No todas las adolecentes son así.
- Tienes razón.
“mi hermana no era así” terminé de decir en mi mente.
Me vino a la memoria su manera de vestir cada vez que salía. Prefería la comodidad antes que nada, por lo que normalmente usaba, de entre tanta ropa cara y lujosa, solo un polo y buzo sencillos. No le gustaba llamar la atención.
Siempre había creído que hacía eso solo para molestarnos a mamá y a mí (éramos muy exigentes con la ropa), pero un día, cuando paseábamos por el centro de Lima…
- No sé por qué tengo que acompañarte. – me quejé – tenía planes con mis amigas, pero, como eres la sobreprotegida de la casa, tengo que acompañarte a este lugar de porquería.
- Créeme que la idea no me agrada más que a ti –me respondió ella-, pero yo no fui quien puso las condiciones.
- Claro que sí. Pudiste haber aceptado a los guardaespaldas.
- Lamento eso, pero los guardaespaldas llaman mucho la atención. No tengo la culpa de que papá y mamá estuvieran ocupados también.
- No eres más que una caprichosa engreída. Además ¿por qué la manía de venir a este lugar?
Sin avisar, paró repentinamente.
- ¿Qué pasa? – le pregunté
Tenía una sonrisa leve en el rostro. Una apenas sonrisa. Miró a su alrededor mientras el viento revoloteaba su cabello. Era como si estuviera llena de paz.
- No lo entenderías jamás – me respondió sin dejar de mostrar aquella sonrisa -, pero a veces es bonito camuflarse y conocer otras realidades.
Su voz era suave y tranquila. Nunca había visto un comportamiento así en ella, por lo que me perturbó.
- Oye…- dije incomoda mientras ella seguía con la mirada perdida - ¿piensas comprar algo? Porque para eso viniste ¿cierto?
Parece que eso la hizo volver en sí.
- Todo es muy barato aquí – me dijo -. A papá le parecería un insulto.
- Entonces qué harás.
Sonrió satisfecha.
- Solo quiero conocer.
No había entendido lo que había querido decir en ese momento, pero ese día conocimos esa realidad juntas. Nunca olvidaría aquella acumulación de vendedores, las pinturas en las paredes y en los suelos, los productos variados que se inspiraban en culturas de otros países, los bailarines en las calles, los animalitos en las pistas; todo lleno de color. Y Luci estaba tan feliz.
Nunca lo admití, pero yo también había disfrutado ese momento juntas, aunque me pasé la mitad del tiempo quejándome de la suciedad y la multitud de las calles. Yo en verdad lo había disfrutado.
“debí habérselo dicho” pensé.
Nunca lo entenderías
Ahora lo comprendo: le gustaba mezclarse entre esas personas y fingir ser una de ellas. Alguien libre.
La sobreprotección de papá siempre le había dado muchas limitaciones. Nunca se quejó por eso: quería demasiado a papá, pero debía sentirse como un pájaro en una jaula. Siempre ponía a los demás antes que a ella. Nunca pedía lo que quería, solo lo que necesitaba, y si lo hacía, era porque era algo quería de verdad con toda su alma. Y ese día había pedido ir al centro de Lima.
- Te veo muy animada.
Ya estábamos desayunando en la cocina. Lucas me había sacado de mi ensimismamiento.
- No es nada – le dije – recordé un chiste malo.
Era bonito poder recordarla sin ningún sentimiento de pena o culpa.
- Mira – me dijo alcanzándome una tarjeta con tono bromista-. Ya era hora de que te llegara.
Tomé la tarjeta y la miré detenidamente.
- No te creo – exclamé -¿esta es?
Lucas asintió con la cabeza.
La famosa tarjeta negra. Había aparecido incluso en las noticias. Tenía inscrito un número de teléfono con letras color rojo sangre. Era la nueva leyenda urbana del Perú.
- ¿Crees que seas cliente o víctima?
- Espero que cliente. No quiero que un fantasma me interrumpa cuando trabajo.
Según la nueva leyenda, aquel que recibiera esta tarjeta sería visitado por un fantasma. Sin embargo, podías ser salvado si llamabas al número inscrito en ella, ya que, supuestamente, alguien te contestaba a la primera llamada y te proponía un trato, pero si a la primera llamada no te contestaban, no tenías salvación. Esa llamada es la que determina si eres “cliente” o “víctima”.
Nadie sabe cuando comenzó. Todo se dio a conocer cuando en la televisión salieron varias personas afirmado haber visto fantasmas después de haber recibido la tarjeta. Obviamente, nadie se lo tomó en serio al principio, pero luego las personas fueron aumentando y aparecieron otras tan afectadas que tuvieron que llevarlas a hospitales psiquiátricos e incluso llegaron a tener trastornos psicológicos, ansiedad y problemas mentales. Luego aparecieron aquellas que se atrevieron a marcar el número de teléfono, que siempre cambiaba, y vieron que buena parte de ellos no salieron afectados. Por más que los periodistas preguntaban a estas personas qué era lo que pasaba si llamabas, estas parecían haber hecho un pacto de silencio. No se dedujo lo del cliente hasta que uno de ellos se atrevió a decir: “No hay de que preocuparse, señores. Quien está detrás de todo esto simplemente busca con quien negociar”.
- ¿Debería llamar?
- Podrías dejárselo a otra persona y darle un buen susto.
- Sería muy infantil – miré la tarjeta y luego me la guarde diciendo –, pero lo consideraré.
Llamarón a la puerta.
- Al menos es puntual – dije después de ver mi reloj. Eran exactamente las nueve en punto.
- No seas dura con ella.
- Lo intentaré.