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CAPITULO XIV
ADRIAN
- ¡Oye, tortuga!
Dirigí mi mirada a donde escuché la voz. Andrea ya había subido todas las escaleras y me hacía señas con la mano.
- Eso no se vale – le grité – Volaste otra vez.
- ¡No es cierto!
- ¡Qué sí!
- ¡Qué no!
- ¡Qué sí!
- ¡Qué no!
- ¡Qué sí! Ya no quiero hacer carreras contigo.
- Bueno, renegón ¿vas a subir o no?
Salté los escalones de dos en dos, luego de tres en tres, de cuatro en cuatro, de cinco en cinco hasta llegar arriba.
- ¡Impresionante!- dijo Andrea aplaudiendo – Casi volaste.
- Solo puedo dar grandes saltos. No puedo volar.
- Pero así se empieza. –se dio la vuelta –Vamos.
Ese era el único piso que nos faltaba revisar. Me di cuenta que el lugar, más que tenebroso, era aburrido. Todos los pisos eran iguales.
- Oye…- le pregunté mientras caminábamos - ¿Tú como llegaste aquí?
- Bueno, no me perdí como tú si es lo que quieres saber.
La miré disgustado. Parecía que aprovechaba cualquier momento para hacerme quedar mal.
- Mentira, -dijo riéndose- la verdad es que vine aquí especialmente para ayudarte.
- ¿Por qué?
- Por dos razones. Una de ellas es que hace mucho que no encontraba otro niño con quien jugar.
- ¿Y la otra ra…?
- ¡Mira!
Ella señalaba una ventana cubierta de plantas. Todas las puertas y ventanas que habíamos encontrado estaban atascadas también con esas plantas, pero en esa, a diferencia de las otras, podía entrar la luz, muy poca luz, pero había luz.
- ¡Es luz! ¡Luz de exterior!
- ¿Qué tiene? – dije yo sin entender su entusiasmo.
- ¡Qué hay un escenario además de este!
Yo seguía sin entender y ella no esperó a que yo entendiera. Me tomó de la mano y me jaló hasta atravesar aquella ventana.
- ¡Sííí! – dijo alegre – este escenario está mejor.
En ese momento yo recién abría bien los ojos. Ahogué un grito de asombro. Árboles enormes y otras plantas abundando por todas partes. Todo era verde.
- ¡Es una selva!- dije asombrado
- Una fábrica abandonada en medio de la selva. –comentó Andrea – Este recuerdo es más interesante de lo que creí.
Miré a mis espaldas. Ahí estaba la fábrica abandonada cubierta de maleza y otras plantas. Casi no se la notaba. Pero lo más importante, yo estaba flotando en el aire.
- ¡Aaaaaaah! – grité aferrándome al brazo de Andrea.
- ¿Qué pasa? – dijo tratando de liberarse de mí.
- ¡Estamos en el aire!
- ¿Y qué tiene?
- ¡Yo no sé volar!
- No es como si te fueras a morir si te caes ¡Ya estás muerto!
No la escuché y me negué a soltarme con todas mis fuerzas.
- Hace un momento estabas flotando de lo más lindo – insistió ella.
- No me pienso soltar.
- Eres peor que gato mojado ¡Suéltame!
Seguimos forcejeando por unos segundos.
- ¡Ese es el problema contigo! – me gritó durante el forcejeo – Eres consciente de que eres un fantasma, pero no lo aceptas. No aceptas que ya estás muerto, o más bien, no aceptas que alguna vez estuviste vivo.
- ¿Qué dijiste?
- Lo que oíste ¡Eres un cobarde! Quieres creer que siempre fuiste fantasma, que no hay nada que recordar y que eso es estar vivo. Tienes miedo.
- ¡No es cierto!
- ¡Qué sí!
- ¡Qué no!
- ¡Qué sí!
- ¡Qué no!
- ¡Qué síííííííí!
Con este último “sí” se liberó de mí.
El viento movía mi ropa y mi cabello mientras caía. Intentaba volar, pero no podía. Sentía podía recibir el impacto del suelo en cualquier momento.
- ¡Está bien, tienes razón! – le grité asustado – Tengo miedo. No quiero dejar a Nana. Si recuerdo a mi familia tampoco me querré ir. Tengo miedo de descubrir cómo morí ¡¿Estás contenta?!
Cerré los ojos con fuerza y esperé el impacto.
Nunca llegó; sin embargo, había dejado de caer. Abrí los ojos lentamente.
- Ser honesto contigo mismo es un gran paso. – vi a Andrea sonriendo delante de mí.
Miré hacia abajo. Ahí estaba el suelo a solo unos pocos metros de mí.
- ¿Estoy…- dije sin poder creerlo –estoy volando?
- Flotando - corrigió ella -, pero sí puedes volar.
Me moví de un lado a otro ¡Estaba volando! ¡Y era lo más fácil del mundo!
- ¡Wow! Me siento…ligero.
- Siempre lo has sido, solo que no te lo creías.
Hice varias piruetas en el aire, varias figuras. Grité “¡Yujuuuuu!”Varias veces. Sentí una sensación de libertad increíble.
- ¡Estoy volandoooooo!
- Ya te oí. Toda la selva te oyó.
Miré hacía abajo. Andrea me había estado viendo todo el tiempo desde ahí, parada tranquila en el suelo.
- ¿Por qué te quedas ahí parada? Ahora sí te gano unas carreras.
- ¿Enserio? Ya verás – se elevó del suelo - ¿Crees que por qué ya separaste tus pies del suelo puedes ganarme?
Reímos y volamos entre los árboles. Por un momento dejé de preocuparme en regresar, de salir de ahí. Solo me divertí.