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Espejo, Cap. 93

En la Tierra…

-¿En serio es necesario todo esto?
-¡Por supuesto! ¡Tienes que estar perfecta! –exclamó, sonriente, Donna-.
Fionna solo suspiró y dejó que esos desconocidos continuaran acicalándola. Se le hacía raro tener a una persona en cada mano, haciéndole la manicura, una peinándola junto a otra que comentaba si tal peinado iría mejor o peor por su forma de cara y vestido, y otra más discutiendo el maquillaje con su madre. No entendía a qué tanta dedicación; se había puesto ya un vestido, ¿no era suficiente para arreglarse?
-Oh, sí, perfecto. ¿Quedamos en eso, entonces? –comentó la diseñadora, satisfecha-. Fionna, vas a ser la Reina del Baile. Y mira que me lo habías puesto difícil con ese vestido… -añadió, murmurando-.
La adolescente ignoró ese comentario y se dejó hacer. No valía la pena resistirse y discutir con su “madre”, pero no entendía por qué no podían ir algo más rápido. Hacía ya unos minutos que la limusina había pasado a buscar a Marshall y estaría ahí en cualquier momento. Y no pensaba retrasar ni un segundo el verle por qué “no estuviera lista”.

El chico miró por la ventanilla y se vio acercándose a la mansión de Fionna, y de pronto el nerviosismo lo atacó, interrumpiendo sus pensamientos sobre lo cómodos que eran esos sillones. Consiguió recuperar su confianza recordándose que había sido ella quién lo había invitado. Todo iba a salir genial. O al menos iba a intentarlo. Notó que el motor se detenía y miró el reloj. Un minuto antes de la hora acordada. Esperaba que eso no fuera un inconveniente.

-¡¿Ya está aquí?! –exclamó la adolescente, queriéndose levantar de un salto-. Ya estoy bien, déjame bajar –le pidió a Donna, quién la retenía en su asiento-.
-Aún no. Tienes que hacerle esperar un poco, no querrás llegar la primera a la fiesta, sería patético. Además, no estás lista. Falta el maquillaje.
La sonrisa de la mujer en esa última palabra la hizo suspirar. Iba a tener que aguantarse las ganas de verlo un buen rato.

El pelinegro esperaba, jugando con Cake (o más bien molestándola), hasta que la gata sacó las garras, soltó un bufido y se fue con la cola bien alta. Marshall rio por lo bajo y comprobó de nuevo la hora. Ya pasaban quince minutos de la hora acordada, ¿por qué tardaría tanto? Se hundió más en el mullido sillón, suplicando por dentro que no lo hiciera esperar mucho más o iba a subir a buscarla él mismo. Tan solo un par de minutos después de planteárselo, oyó unos pasos apresurado y alzó la vista. Cruzó la mirada con la chica por tan solo dos segundos antes de que ella bajara las escaleras lo más rápido que sus taconcitos le permitían. La sonrisa del chico se ensanchó al ver que ella se abalanzaba a abrazarlo, radiante, sin dudarlo un segundo. Le dio una vuelta en el aire, abrazándola de vuelta, y la dejó en el suelo, quedando a pocos centímetros el uno del otro. Se quedaron simplemente mirando a los ojos unos eternos pero dulces segundos, antes de que oyeran un flash. Se giraron hacia el sonido y se encontraron a Donna sonriendo, orgullosa, y a un fotógrafo al lado con la cámara más equipada que los adolescentes habían visto en su vida. El chico se sonrojó inevitablemente ante el momento que acababan de compartir, y le sonrió a la madre de su cita con un poco de incredulidad. No se podía creer que fueran tan asquerosamente ricos como para contratar a un fotógrafo expresamente para hacerles las fotos antes de salir de casa. Fionna suspiró y le dijo a Marshall que tendrían que posar un par de veces ahora o su madre iba a perseguirlos por el baile, que se lo había prometido, así que el pelinegro tan solo suspiró y le siguió el rollo a la rubia. Después de un poco más de media hora de sesión fotográfica y de un montón de quejas por parte de la pareja para poder irse al baile, la diseñadora por fin los dejó en libertad.

El viaje en limusina se hizo largo y corto a la vez, se respiraba la emoción y la extraña vergüenza que se había apoderado de los dos adolescentes. Fionna le había cogido de la mano, con una gran sonrisa, pero sin atreverse a cruzar miradas con él. El pelinegro la miraba de reojo, sin saber que decir, o si hablar estropearía el momento… ese silencio era expectante, y, en cierta forma, cómodo. Así que decidieron mantener así el ambiente, intentar recargarlo llenándolo de palabras sin sentido y de cordialidad sería estropearlo.

Cuando se paró el motor por fin se atrevió a dirigir su mirada hacia ella de forma directa, para encontrársela dando saltitos en el asiento, celebrando internamente el haber llegado el baile. No sabía cómo podía emocionarla tanto algo que había repetido cada año, pero el caso era que le emocionaba a él verla así. Salió primero para abrirle la puerta, como gesto caballeroso para intentar empezar bien esta primera cita, que resultó con una risita adorable y un leve sonrojo en las mejillas de la rubia, que de alguna forma lograron instalar una gran sonrisa en el rostro del chico que sabía que no iba a desaparecer rápido… y tampoco le importaba. La chica salió de un salto del cómodo y ostentoso vehículo, cogió a Marshall del brazo y hasta la puerta del gimnasio, impaciente. Sabía que la manía de su madre de dejarla “impecable” iba a hacerlos llegar tarde… había oído el retumbar de la música desde fuera, y mentiría si dijera que no tenía ganas de una fiesta en la cual no tuvieran que esconderse de la policía. También mentiría si dijera que tener al pelinegro como pareja, como más-que-amigos, no le causaba unas cosquillitas en el estómago que se juntaban con la euforia de llegar a ese “tan ansiado por todos” baile. Al cruzar la puerta sintió que la mayor parte de las miradas se giraban a ellos, pero Fionna no le dedicó un segundo pensamiento. El gimnasio estaba decorado con guirlandas y banderitas azules y amarillas, aunque con los focos de colores y la bola de discoteca apenas se distinguían los colores originales… Notó un flash que la dejó ciega durante unos instantes antes de ver que Lucy tecleaba en su teléfono móvil, probablemente colgando la imagen en todas las redes sociales conocidas, y no pudo evitar fijarse en el vestuario que esta había escogido para la ocasión. Iba embutida en un vestido morado unas dos tallas más pequeñas que la rubia suponía que había escogido para “marcar sus bultos”, en su vocabulario, y que, bueno, no podía negar que cumplía su función. Como si hubiera decidido que toda ella se basara en las curvas esa noche, llevaba una coleta alta, casi de palmera, con todo el pelo aún más rizado que de costumbre cayendo hacia casi todas las direcciones.

Marshall, en cambio, estaba distraído observando otras curvas. No había tenido tiempo de fijarse en más que de qué color iba Fionna desde que había bajado las escaleras. Había ido todo tan rápido que hasta que no se situó delante de él, mirando el gimnasio como si fuera la primera vez que lo veía así decorado, no había podido embobarse mirando su silueta. El vestido iba cogido al cuello, dejaba la espalda al aire hasta la cintura, y se ajustaba hasta la cadera, antes de hacer una caída con peso que visto desde atrás llegaba hasta los gemelos, con los bordes llenos de pequeños volantes. Podía ver su espalda desnuda a pesar de lo largo que era su pelo, ya que este estaba recogido en una coleta de caballo que acababa a la altura de los omoplatos, y que pareció moverse en cámara lenta cuando la chica se giró hacia él con una sonrisa deslumbrante. En realidad, juraría haber visto cada pequeño detalle ralentizado, el movimiento de su falda, como se movía cada volantito del borde, como giraban alrededor de sus piernas, visibles hasta la rodilla por la apertura que tenía el vestido por delante, como pestañeaba la chica justo antes de sonreírle con la expresión más dulce y emocionada que Marshall había visto nunca. Si Fionna no le hubiera cogido de la mano, no se habría dado ni cuenta de que le había dicho algo (que presuponía que era un “¡Entremos!”) de lo embobado que se había quedado. Por fin se fijó en el interior, aunque nada le llamó la atención, seguía un poco con las hormonas revolucionadas y sin poder dejar de mirar de reojo a su acompañante. Aun no se creía que hubiera aceptado ir con él.

Patrick B. Gumball los vio en la entrada como una posible salida a la monotonía de cada baile. Ya sabía cómo iba a ir todo, si al menos él hubiera podido organizarlo este año sin que sus compañeros se hubieran reído de él por proponerlo… Y como siempre, la decoración estaba hecha con prisas y sin ninguna clase de sentido estético. Ni siquiera sabía por qué no había roto la norma de que el quarterback fuera con la capitana de las animadoras, ni siquiera estaba seguro de que su pareja le cayera bien. No sabía cómo alguien podía montar un drama tan grande por no ir a conjunto con su vestido. Él no quería ir de dorado y violeta, y sabía que se había arriesgado vistiendo de blanco y rosa, pero, ¿por qué no podía por una vez vestirse como a él le gustara más? Notaba que sus compañeros de equipo se reían por lo bajo, aunque ya no le importaba demasiado. Solo seguían su papel, como todos, como siempre, hasta como él mismo a pesar del pequeño acto de rebeldía que había supuesto su vestuario, pero tenía una extraña intuición de que Fionna iba a romper con eso. Después de todo, es lo que había estado haciendo durante los últimos meses, y ya lo hacía habiendo elegido a Marshall como acompañante. Se acercó a ellos sonriente, y ajustándose la corbata de un blanco crema, que resaltaba encima de la camisa rosa pastel.
-Marshall, Fionna, que alegría veros aquí.
-¡PG! Qué bien te queda el traje –lo saludó de vuelta la rubia, eufórica, antes de abrazarlo-.
-Hey, Bubba –dijo el pelinegro, aprovechando para picarlo antes de que él lo hiciera-.
-…Marshall –contestó él, rodando los ojos-.
En cuanto Fionna lo soltó, Patrick notó que alguien le cogía el brazo y suspiró. Ni le hizo falta mirar para saber que Penny estaba ahí con su gran sonrisa perfecta, y enseguida oyó su voz saludando a su amiga, e ignorando al chico que la acompañaba. Cruzaron miradas y pudo ver cómo el pelinegro le hacía una mueca a la ahora capitana de las animadoras. Rio por lo bajo antes de que notara que le estiraban del brazo, reclamando atención.
-Patrick, volvamos a la pista, nos estamos perdiendo lo mejor de la fiesta –le dijo con una sonrisa de gata satisfecha-. Oh, y buena suerte, Fi.
Gumball se despidió rápidamente de sus dos amigos y, aunque viera la confusión en cara de la ex-animadora, supuso que ya pillaría que hablaba sobre el trono del baile.

-¿A qué se refería, Marshie?
-Ni idea –le respondió, encogiendo los hombros-. Cosas de animadoras, supongo…
-Quizás se refiere a que buena suerte aguantando el ritmo y el bailoteo toda la noche… ¿Se cree que no voy a poder? ¡Voy a bailar más que nadie esta noche! –exclamó ella, convencida-.
El pelinegro sonrió suavemente al ver su determinación de cansarse sin motivo, y la paró cuando iba a ir corriendo hacia el montón de gente que se movía sin ningún sentido del ritmo.
-Fi, hemos venido juntos… al menos deja que monta el paripé y finja ser un caballero –dijo, con una sonrisa pícara, antes de cogerle la mano y besársela-. Fionna, me concederías el honor de un baile conmigo?
La rubia se sonrojó notablemente y rio dulce, antes de darle un puñetazo en el hombro.
-Claro que sí, bobo.