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1
Seguramente es difícil comprender mi delicada situación. El espejo que siempre parece querer atormentarme con su omnipresencia me aturde. Y aunque apenas dan las cinco de la tarde, la cama ya me expulsa de sus dominios. El hombre detrás del espejo ya sabe lo que voy a hacer y me mira cómo aprobándolo a regañadientes. Él y yo sabemos que no es enjuague lo que hay en esa botella. Sangre azul, barata y mala. Pero es verdaderamente difícil alejarse de ella. Y además ya queda poco en la botella. Así que me lo tomo.
Intento disfrutarlo, pero el alcohol -que pretende diluir un alucinógeno prácticamente inexistente a estas alturas- tiene un pésimo sabor. Era de esperarse. Es un pésimo alcohol también. Necesito más.

2
La calle inspira paranoia. Al menos a mí sí. Es mucha gente para mi gusto. Pero hay que cargar una cruz de paranoia de vez en cuando si se desea -o se necesita- algo. Nadie de aquí debe tener un quinto en el bolsillo. No vale la pena asaltarme. De todas maneras siempre salgo armado.

3
Aquel lugar luce mal. Me sorprende que nunca, en los diez años que he venido, hayan cambiado una sola cosa del lugar. Todavía es temprano y el letrero de neón que siempre parece que va a caerse aún no enciende. Me sorprendería que encendiera.

4
Entro. Ninguna sorpresa. Todo es por dentro como se supone que fuera desde que lo ves por fuera. Maldita cacofonía.
De todas maneras a nadie de aquí le interesa realmente saber lo que pienso. Lo demás es de rutina. Hasta el borracho vomitón es de rutina. A nadie le sorprende ya nada. Podría caer una bomba sobre la cabeza de cualquiera en el mundo de hoy y moriría aburrido. De todas maneras, hubo una época en que eso pasaba todos los días. Pero eso no me interesa.
Y es cosa de volver a la rutina.

3
La rutina es tres molotovs. No tengo idea de que esté hecho. Aquí todo sabe mal. Se supone que debería estar flameado. Pero el lugar casi se incendia tres veces en un año a causa de tanto flamazo -y un barman desobligado- y está prohibido. Tomo dos y los paso rápido para evitar el sabor. El tercero lo dejo a la mitad, como es rutinario. Y rutinariamente me invitan a pasar al interior del local.

5
Me siento en una mesa que se prepara para elevarse. La sangre azul -al menos la verdadera sangre azul- se debe tomar en grupo, normalmente de seis. Cinco se elevan y uno baja para evitar que alguien se mate -o mate a alguien, cómo se quiera ver- en los delirios que produce esto. Soy nuevo y me toca quedarme a la primera. Subo y bajo otras cinco veces y todos nos despedimos, ahora como buenos amigos. A la salida nadie me conocerá.

6
El color azul no es más que atracción. Si fuera trasparente sería otro licor más. Quizá a la sangre azul le convendría eso desde que es ilegal.

7
Ya es de noche. El letrero enciende milagrosamente. Como de milagro enciende mi cerebro después de estas oníricas sesiones. Caminar en la calle, de noche y después de la lluvia refresca. La paranoia se metió a su casa para no mojarse. Nadie me conoce. Todo es de rutina, como de rutina me espera el espejo preocupado por que no aparezco para que él aparezca.

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1
Seguramente es difícil comprender mi delicada situación. El espejo que siempre parece querer atormentarme con su omnipresencia me aturde. Y aunque apenas dan las cinco de la tarde, la cama ya me expulsa de sus dominios. El hombre detrás del espejo ya sabe lo que voy a hacer y me mira cómo aprobándolo a regañadientes. Él y yo sabemos que no es enjuague lo que hay en esa botella. Sangre azul, barata y mala. Pero es verdaderamente difícil alejarse de ella. Y además ya queda poco en la botella. Así que me lo tomo.
Intento disfrutarlo, pero el alcohol -que pretende diluir un alucinógeno prácticamente inexistente a estas alturas- tiene un pésimo sabor. Era de esperarse. Es un pésimo alcohol también. Necesito más.

2
La calle inspira paranoia. Al menos a mí sí. Es mucha gente para mi gusto. Pero hay que cargar una cruz de paranoia de vez en cuando si se desea -o se necesita- algo. Nadie de aquí debe tener un quinto en el bolsillo. No vale la pena asaltarme. De todas maneras siempre salgo armado.

3
Aquel lugar luce mal. Me sorprende que nunca, en los diez años que he venido, hayan cambiado una sola cosa del lugar. Todavía es temprano y el letrero de neón que siempre parece que va a caerse aún no enciende. Me sorprendería que encendiera.

4
Entro. Ninguna sorpresa. Todo es por dentro como se supone que fuera desde que lo ves por fuera. Maldita cacofonía.
De todas maneras a nadie de aquí le interesa realmente saber lo que pienso. Lo demás es de rutina. Hasta el borracho vomitón es de rutina. A nadie le sorprende ya nada. Podría caer una bomba sobre la cabeza de cualquiera en el mundo de hoy y moriría aburrido. De todas maneras, hubo una época en que eso pasaba todos los días. Pero eso no me interesa.
Y es cosa de volver a la rutina.

3
La rutina es tres molotovs. No tengo idea de que esté hecho. Aquí todo sabe mal. Se supone que debería estar flameado. Pero el lugar casi se incendia tres veces en un año a causa de tanto flamazo -y un barman desobligado- y está prohibido. Tomo dos y los paso rápido para evitar el sabor. El tercero lo dejo a la mitad, como es rutinario. Y rutinariamente me invitan a pasar al interior del local.

5
Me siento en una mesa que se prepara para elevarse. La sangre azul -al menos la verdadera sangre azul- se debe tomar en grupo, normalmente de seis. Cinco se elevan y uno baja para evitar que alguien se mate -o mate a alguien, cómo se quiera ver- en los delirios que produce esto. Soy nuevo y me toca quedarme a la primera. Subo y bajo otras cinco veces y todos nos despedimos, ahora como buenos amigos. A la salida nadie me conocerá.

6
El color azul no es más que atracción. Si fuera trasparente sería otro licor más. Quizá a la sangre azul le convendría eso desde que es ilegal.

7
Ya es de noche. El letrero enciende milagrosamente. Como de milagro enciende mi cerebro después de estas oníricas sesiones. Caminar en la calle, de noche y después de la lluvia refresca. La paranoia se metió a su casa para no mojarse. Nadie me conoce. Todo es de rutina, como de rutina me espera el espejo preocupado por que no aparezco para que él aparezca.