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karina123457 — Eternidad cap 2
Published: 2014-03-17 02:42:40 +0000 UTC; Views: 261; Favourites: 1; Downloads: 0
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Description  Capítulo dos
Segundos antes de que entre el señor Robins, me bajo la capucha, apago el iPod y finjo estar leyendo el libro. Ni siquiera me molesto en levantar la vista cuando alguien dice:
—Chicos, este es Damen Auguste. Es de Nuevo México y a partir de ahora vivirá aquí. Bien, Damen, puedes ocupar el sitio vacío que hay al fondo del aula, el que está al lado de Ever. Tendrás que compartir su libro hasta que tengas uno.
Damen está buenísimo. Lo sé sin necesidad de mirarlo. Me concentro en el libro mientras él avanza hacia mí, porque ya sé demasiadas cosas sobre mis compañeros de clase. En lo que a mí concierne, un momento más de ignorancia es una auténtica bendición.
Sin embargo, según los pensamientos más íntimos de Stacia Mi11er, que está sentada justo dos filas por delante de mí, «Damen Auguste está como un tren».
Su mejor amiga, Honor, está totalmente de acuerdo. Y también el novio de Honor, Craig, pero esa es otra historia muy diferente.
—Hola. —Damen se sienta en el sitio que hay junto al mío y mi mochila hace un ruido sordo cuando él la deja caer al suelo.
Le devuelvo el saludo con un gesto de la cabeza. Me niego a mirar más allá de sus brillantes botas negras de motorista, que son más del tipo GQ que de los Ángeles del Infierno. Unas botas que parecen muy fuera de lugar entre las chanclas de colorines que suelen pisar la moqueta verde.
El señor Robins nos pide a todos que abramos nuestros libros por la página 133, así que Damen se inclina hacia mí antes de decir:
—¿Te importa que lo compartamos?
Yo vacilo, asustada por su proximidad, pero deslizo el libro hacia él hasta que se balancea al borde del pupitre. Y cuando él acerca la silla para acortar la pequeña distancia que nos separa, salgo pitando hacia la parte más alejada de mi asiento y me escondo bajo la capucha.
Él se ríe por lo bajo, pero, puesto que no lo estoy mirando, no tengo ni idea de por qué. Lo único que sé es que parece alegre y divertido, aunque también algo más.
Me agacho aún más; apoyo la mejilla en la palma de la mano y clavo los ojos en el reloj, decidida a pasar por alto todas las miradas asesinas y los comentarios que me dedican mis compañeros. Cosas como: «Pobrecillo el nuevo… ¡Tener que sentarse al lado de la rarita, con lo bueno que está!». La idea procede de Stacia, Honor, Craig y de todos los demás presentes en la clase.
Bueno, de todos salvo del señor Robins, que desea que termine la clase casi tanto como yo.
A la hora del almuerzo, todo el mundo habla ya de Damen.
«¿Has visto al nuevo, ese tal Damen? Está como un tren… Es tan sexy…», «He oído que viene de México…», «No… creo que es español…», «Da igual, de algún país extranjero…», «Estoy decidida a invitarlo al Winter Formal…», «Pero si ni siquiera lo conoces todavía. ..», «No te preocupes, lo haré…»
—¡Dios mío! ¿Has visto al chico nuevo, ese tal Damen?
Haven se sienta a mi lado y me observa con atención a través de su largo flequillo, cuyas puntas desfiladas le llegan justo por encima de los labios de color rojo oscuro.
—Ay, no me digas que tú también estás igual, por favor… —Sacudo la cabeza y le doy un mordisco a mi manzana.
—No dirías eso si hubieras tenido el privilegio de verlo —replica ella mientras saca la magdalena de vainilla de la caja de cartón rosado y lame el glaseado de la parte superior, siguiendo su rutina habitual. Sin embargo, por su aspecto, cualquiera diría que preferiría beber sangre a comer dulces.
—¿Estáis hablando de Damen, chicas? —susurra Miles, que se sienta en el banco y apoya los codos sobre la mesa. Sus ojos castaños se pasean entre nosotras y una sonrisa aparece en su rostro infantil—. ¡Está como un queso! ¿Habéis visto sus botas? Son tan Yogue. .. Creo que voy a invitarlo a ser mi próximo novio.
Haven entorna sus ojos amarillos.
—Demasiado tarde, ya me lo he pedido yo.
—Lo siento. No me había dado cuenta de que te molaban los tipos que no son góticos. —Miles sonríe y pone los ojos en blanco mientras retira el envoltorio de su sandwich.
Haven se echa a reír.
—Si tienen ese aspecto, sí. Ese tío está buenísimo, te lo juro; tendrías que verlo. —Sacude la cabeza, fastidiada por el hecho de que no estoy dispuesta a unirme a la diversión—. Es… ¡la bomba!
—¿Tú no lo has visto? —Miles agarra su sandwich y me mira con la boca abierta.
Clavo la mirada en la mesa, preguntándome si debería mentir. Están armando tanto jaleo que me parece la única forma de librarme. Pero no puedo hacerlo. A ellos, no. Haven y Miles son mis mejores amigos. Mis únicos amigos. Y tengo la impresión de que ya guardo bastantes secretos.
—Se sentó a mi lado en clase de Lengua —admito finalmente—. Nos obligaron a compartir el libro.
Pero en realidad no lo vi bien.
—¿Os obligaron? —Haven se aparta el flequillo a un lado para tener una visión clara de la rarita que ha dicho algo semejante—. Vaya, debe de haber sido un infierno para ti. Qué horror… —Hace un gesto de exasperación y suspira—. No te haces una idea de la suerte que tienes, de verdad. Deberías sentirte agradecida.
—¿Qué libro? —pregunta Miles, como si creyera que el título va a revelar algo de lo más
trascendente.
—Cumbres borrascosas. —Me encojo de hombros y dejo el corazón de la manzana sobre la
servilleta antes de envolverlo con ella.
—¿Y la capucha? —pregunta Haven—. ¿La tenías bajada o subida?
Lo pienso un momento y recuerdo habérmela subido cuando Damen se acercaba a mí.
—Hum… creo que subida —respondo—. Sí, subida, seguro. —Afirmo con la cabeza.
—Bueno, menos mal —murmura ella al tiempo que parte la magdalena de vainilla por la mitad—. Lo último que querría es que la diosa rubia entrara en la competición.
Doy un respingo y bajo la mirada hasta la mesa. Me da vergüenza que la gente diga cosas como esa.
Al parecer, antes vivía para ese tipo de halagos, pero ya no.
—Vaya, ¿y qué pasa con Miles? ¿A él no lo consideras un competidor? —pregunto en un intento de alejar la atención de mí para centrarla en alguien que realmente pueda disfrutarla.
—Eso… —Miles se pasa los dedos por su corto cabello castaño y se vuelve para ofrecernos su
mejor perfil—. Debes tener en cuenta mis posibilidades.
—Menuda estupidez… —afirma Haven al tiempo que se sacude las migas blancas del regazo—.
Damen y Miles no juegan en la misma liga. Lo que significa que ese aspecto de modelo irresistible no te va a servir de nada.
—¿Y tú cómo sabes en qué liga juega él? —pregunta Miles con los párpados entornados mientras le quita el tapón a la bebida reconstituyente—. ¿Cómo estás tan segura?
—Tengo un radar para los gays —afirma ella al tiempo que se golpetea la frente con el dedo—. Y,créeme, ese tío no sale registrado.
Damen no solo está en mi clase de Lengua de primera hora y en la clase de Arte que tengo a sexta hora (no es que se sentara a mi lado, y tampoco puede decirse que yo lo mirara, pero los pensamientos que flotaban en la estancia, incluso los de nuestra profesora, la señora Machado, me informaron de todo cuanto necesitaba saber), sino que al parecer también ha aparcado el coche al lado del mío. Y aunque hasta el momento he logrado no ver otra cosa que sus botas, sé que mi período de gracia está a punto de llegar a su fin.
—¡Madre mía, está ahí! ¡Justo a nuestro lado! —susurra Miles con ese tono agudo y cantarín que reserva para los momentos más excitantes de la vida—. Y vaya cochazo que tiene… Un BMW negro y brillante con las ventanas tintadas. Bonito, muy bonito. Vale, esto es lo que voy a hacer: voy a abrir la puerta para golpear la suya de manera «accidental», y eso me dará una excusa para hablar con él. —Se da la vuelta, a la espera de que le dé mi consentimiento.
—No te atrevas a rayar mi coche. Ni el suyo. Ni ningún otro —le digo al tiempo que niego con la cabeza y saco las llaves.
—Está bien. —Hace un mohín—. Destrózame los sueños si quieres, pero hazte un favor ¡y échale un buen vistazo! Y después mírame a los ojos y dime que ese tío no te vuelve loca. Está como para desmayarse.
Pongo los ojos en blanco y me esfuerzo por pasar entre mi coche y un Volkswagen escarabajo mal estacionado en una posición tan extraña que parece que quisiera montar a mi Miata. Y, justo cuando estoy a punto de abrir la puerta, Miles me baja la capucha de un tirón, me quita las gafas de sol y corre hasta el asiento del acompañante, donde me insta con gestos poco sutiles de la cabeza y el pulgar a mirar a Damen, que está de pie a su lado.
Y lo hago. Bueno, no podía evitarlo para siempre. Así que respiro hondo y levanto la mirada.
Y lo que veo me deja sin habla, incapaz de parpadear o de moverme siquiera.
A pesar de que Miles comienza a hacerme señas con las manos, a fulminarme con la mirada y
hacerme todos los gestos que se le ocurren para que aborte la misión y regrese al cuartel general… soy incapaz. En realidad, me gustaría hacerlo, porque sé que me estoy comportando como el bicho raro que todo el mundo cree que soy, pero me resulta del todo imposible. Y no solo porque Damen es increíblemente guapo, con ese cabello brillante y negro que le llega justo por encima de los hombros y se ondula alrededor de sus esculturales pómulos, sino porque cuando gira la cabeza hacia mí y se levanta las gafas de sol para clavarme con la mirada, me doy cuenta de que tiene unos ojos almendrados y oscuros que me resultan extrañamente familiares, y unas pestañas tan abundantes que parecen postizas. ¡Y qué labios! Tiene una boca grande e incitante, con la forma perfecta del arco de Cupido. Y su cuerpo es grande, esbelto y duro, cubierto de arriba abajo con ropa negra.
—Hum, ¿Ever? ¿Hola? Ya puedes despertar. Por favor… —Miles se vuelve hacia Damen y suelta
una risita nerviosa—. Perdona a mi amiga, por lo general lleva la capucha puesta.
Lo cierto es que sé que debería dejar de mirarlo. Necesito dejar de mirarlo. Pero Damen tiene los ojos clavados en los míos, y el color de su iris empieza a oscurecerse al tiempo que una sonrisa asoma a sus labios.
Con todo, no es el hecho de que esté como un tren lo que me tiene paralizada. En realidad, no tiene nada que ver con eso. Se debe sobre todo a que la zona que rodea su cuerpo, desde su gloriosa cabeza hasta la punta cuadrada de sus botas negras de motorista, no es más que un espacio vacío.
No hay color. No hay aura. Ningún despliegue de luces palpitantes.
Todo el mundo tiene un aura. Todos los seres vivos están rodeados por remolinos de color que emanan de su cuerpo. Un campo de energía irisada del que ni siquiera son conscientes. Y no es que sea algo peligroso o espeluznante; no es nada malo, tan solo una parte del campo magnético visible… bueno, visible al menos para mí.
Antes del accidente ni siquiera había oído hablar de cosas como esta. Y era incapaz de verlas, por supuesto. Sin embargo, desde que me desperté en el hospital, empecé a ver colores por todas partes.
—¿Te encuentras bien? —preguntó la enfermera pelirroja, que me observaba con nerviosismo.
—Sí, pero ¿por qué está rodeada de un color rosado? —Entorné los párpados confundida por el resplandor en tonos pastel que la envolvía.
—¿Que por qué… qué? —Hizo un esfuerzo por ocultar su preocupación.
—Está envuelta por un remolino rosado que rodea todo su cuerpo, sobre todo la cabeza.
—Vale, cielo, tú descansa mientras voy en busca del médico —me dijo antes de salir de la habitación hacia el pasillo.
No fue hasta después de haberme sometido a un montón de exámenes oculares, escáneres cerebrales y evaluaciones psíquicas cuando aprendí que debía guardarme lo de los remolinos de colores para mí. Y cuando empecé a oír los pensamientos, a conocer las historias de toda una vida a través de un simple contacto y a recibir visitas regulares de Riley, mi hermana muerta, supe que no debía decir una palabra.
Supongo que me he acostumbrado tanto a vivir de esta manera que había olvidado que existía otro tipo de vida. Sin embargo, al ver que Damen no tiene más color a su alrededor que el negro brillante de su carísimo y flamante coche, recuerdo días mejores, más normales.
—¿Estás bien, Ever? —pregunta Damen con una sonrisa que revela otro de sus rasgos perfectos: unos dientes blanquísimos.
Permanezco inmóvil, deseando apartar la mirada de sus ojos, mientras Miles se aclara la garganta con fuerza. Cuando me acuerdo de lo poco que le gusta que no le hagan caso, lo señalo con la mano y digo:
—Ay, Miles, lo siento. Damen, Miles; Miles, Damen. —No obstante, mi mirada no se aparta de él ni un solo instante.
Damen le echa un vistazo a Miles y lo saluda con una inclinación de cabeza antes de volver a concentrarse en mí. Y aunque sé que parecerá una locura, durante el efímero instante que aparta los ojos de mí siento una extraña sensación de frío y debilidad.
Sin embargo, cuando me mira de nuevo, todo vuelve a ser cálido y agradable.
—¿Puedo pedirte un favor? —pregunta con una sonrisa—. ¿Te importaría prestarme tu ejemplar de Cumbres borrascosas} Necesito ponerme al día y no tengo tiempo para ir a la librería esta tarde.
Meto la mano en la mochila, saco el ajado libro y lo sujeto como con pinzas para ofrecérselo. Hay una parte de mí que anhela rozarle la punta de los dedos, tocar a ese guapísimo desconocido; pero otra parte, la parte psíquica más fuerte e inteligente, parece encogerse de miedo ante el terrible aluvión de visiones que acompaña a cada contacto.
Sin embargo, hasta que Damen arroja el libro al interior de su coche, se baja las gafas de sol y me dice: «Gracias, te veré mañana», no me doy cuenta de que no siento nada aparte de un ligero hormigueo en la yema de los dedos. Y antes de que pueda responder, él se mete en el coche y se aleja del lugar.
—Perdona —dice Miles, que sacude la cabeza mientras se monta en el coche a mi lado—, pero lo que dije sobre que ese tío te volvería loca era solo en sentido figurado; se suponía que no debías tomártelo de manera literal. En serio, Ever, ¿qué te ha pasado? Porque ha habido un momento supertenso… una especie de: «Hola, me llamo Ever y tú vas a ser mi próxima víctima». Te juro que no es broma, Ever; creí que tendríamos que resucitarte. Y créeme si te digo que tienes una suerte increíble de
que nuestra buena amiga Haven no estuviera aquí para verlo, porque, aunque me duela recordártelo, ella ya se lo ha pedido…
Miles sigue diciendo cosas por el estilo y quejándose sin cesar durante todo el camino a casa. Pero yo me limito a dejarlo hablar mientras sorteo el tráfico. Sin darme cuenta, recorro con la punta de los dedos la gruesa cicatriz roja de mi frente, oculta bajo mi flequillo.
¿Cómo podría explicar que, desde que tuve el accidente, los únicos pensamientos que no puedo oír, las únicas vidas que no puedo conocer y las únicas auras que no puedo ver son las de aquellas personas que ya están muertas?
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