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Capítulo 1

Era una hermosa mañana en una gran ciudad, el sol asomándose por las montañas del horizonte, reposaban unos pocos rayos sobre el techo de algunas casas y entre ellas el sol entra por la ventana de una pequeña casa. Por dentro se descubre un piso de madera, mientras el sol va avanzando por aquel piso se avista primero un piano viejo pero hermoso. Sus teclas amarillas, están desgastadas por el uso de un tiempo pasado, que sobre ellas descansa una leve capa de polvo. Así mientras el sol avanza lentamente se avistan las paredes por cuyas leves grietas se desliza una no muy pequeña brisa que alcanza el cabello de un joven cuyo aposento reside en medio de la habitación.

Este joven cuya apariencia resulta agradable pues su rostro es blanco con rasgos muy finos, sus ojos color azul obscuro se abren al sentir la cálida posada del sol en su mejilla que lo reconfortaba dándole a conocer que un nuevo día se asomaba por su ventana. Y al tener el este dulce sentir reaccionaba, despierto y levantado tendía su cama y dirigiéndose al closet pasaba por aquel piano, deslizando sus dedos por aquellas teclas las cuales creaban un sonido, que al escucharlo el joven recordaba un pasado algo lejano. Después cuando salía de ese recordar que al parecer ese piano causaba, seguía con su rutina, al llegar al closet se divisaba un pantalón negro, una camisa blanca y un par de zapatos igual negros los cuales lustraba, lavaba y se ponía cada día, cuando acababa de vestirse tomaba un peine con el cual cepillaba rápidamente su cabello rojizo el cual llagaba no muy arriba de su oreja veíase rápidamente en el espejo y salía a la aventura del nuevo día.

Caminaba felizmente por aquellas calles viejas llenas de gente muy animadas muy animadas y al andar no muy poco tiempo por aquellas rutas se podía percibir el delicioso olor a pan recién horneado, mezclado con el cantar de las aves que reposaban, en cuan grandes árboles que aportaban una gran sombra fresca a pasajeros y residentes de aquellas calles.

Al acercarse a él se podía sentir su respiración un poco acelerada, pues antes, cuando entraba en esas calles se le acerco una señora ya grande pero amigable a la cual le reconfortaba verlo y dándole ella una canasta mediana, en la cual se distinguía tejidos de fibra, en los cuales reposaban una manta amarilla bordada que cubría unos alimentos. Los cuales él le agradecía cada día a ella mucho y respondiendole ella siempre, le recordaba que se le hacía tarde, para llegar a la fábrica en la cual trabajaba y por ello agitado se lanzaba a la carrera contra el tiempo. Pero antes de llegar tenía que pasar por un gran castillo, el cual se diría que fue atacado por el tiempo, en las paredes que rodeaban aquel castillo se ve el desgaste de la pintura color crema, en su sima se veían unas rosas marchitas, juntadas en ramilletes, en un determinado espacio cuyas ramas crecieron tanto que a uno le parecerían raíces, que se enterraban en aquellas paredes, y en medio se hallaba una gran reja dividida en dos partes, de acero oxidado, que se unían y que mantenía juntas un gran candado, y en la parte más alta del rejado se hallaba un letrero del mismo material, que con letras grandes anunciaba el nombre ¨ LA VICTORIA ¨

Ante aquella escena el joven Axon siempre se detenía y causaba en el un sentimiento como el que le provocaba el oír las teclas de aquel piano viejo y empolvado, pero este tenia una mezcla de odio y tristeza, su cuerpo se tenso, apretaba sus puños con fuerza, mientras que en su mejilla se deslizaba una pequeña lagrima, que reflejaba un recuerdo amargo, que con su brazo la retiraba con un solo movimiento. Siguiendo con su camino, con una mano sujetando la canasta y la otra en el bolsillo, cerrando por un momento los ojos fuertemente, no porque el tiempo oprimía, sino porque un guardia gritaba fuertemente desde lo alto, obligandolo a irse, un trago amargo que lo poseía cada día.

Pero mientras seguía con su camino, una pequeña sonrisa nacía de nuevo en su rostro, cuando el animo volvía a el, veía su reloj que tenia en su brazo y recordaba que se le hacia tarde y emprendió la carrera.

Veía yo a lo lejos como se aproximaba ami la fabrica, bueno mas bien era al revés. Uno debía detenerse y formarse en el umbral de la entrada antes de poder ingresar. Dos oficiales revisaban el gafete de empleado, lo que ami parecer era algo estúpido pues todos nos conocíamos y alguien nuevo resaltaría rápidamente, pero es no importaba. Cuando por fin llegó mi turno, ví de nuevo a es guardia, de aspecto serio y crudo. Vestido con una gabardina negra desgastada y empolvada. Su aspecto era sombrío como el de un zombie, tieso y sin sentimientos, que en lugar consumir cerebros se alimentan del trabajo arduo de personas miserables tales como yo. Digo sin temor a equivocarme, que incluso cantan despechadamente una estúpida canción sobre el trabajo.

Una vez adentro, caminé a mi estación por así decirlo. La fábrica era de sartenes, así que se podían oír a los demás trabajadores martillar, fundir y quejarse en el trabajo y de ellas salía yo saludando rápidamente a mis amigos, esquivando a la vez los tubos que se asomaban por el techo y piso.

Mi trabajo mes esperaba como siempre hasta lo último de la fábrica, a mí me correspondía darle mantenimiento a las máquinas, lo que resultaba un tanto tedioso pues todo estaba desgastado y viejo.

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Capítulo 1

Era una hermosa mañana en una gran ciudad, el sol asomándose por las montañas del horizonte, reposaban unos pocos rayos sobre el techo de algunas casas y entre ellas el sol entra por la ventana de una pequeña casa. Por dentro se descubre un piso de madera, mientras el sol va avanzando por aquel piso se avista primero un piano viejo pero hermoso. Sus teclas amarillas, están desgastadas por el uso de un tiempo pasado, que sobre ellas descansa una leve capa de polvo. Así mientras el sol avanza lentamente se avistan las paredes por cuyas leves grietas se desliza una no muy pequeña brisa que alcanza el cabello de un joven cuyo aposento reside en medio de la habitación.

Este joven cuya apariencia resulta agradable pues su rostro es blanco con rasgos muy finos, sus ojos color azul obscuro se abren al sentir la cálida posada del sol en su mejilla que lo reconfortaba dándole a conocer que un nuevo día se asomaba por su ventana. Y al tener el este dulce sentir reaccionaba, despierto y levantado tendía su cama y dirigiéndose al closet pasaba por aquel piano, deslizando sus dedos por aquellas teclas las cuales creaban un sonido, que al escucharlo el joven recordaba un pasado algo lejano. Después cuando salía de ese recordar que al parecer ese piano causaba, seguía con su rutina, al llegar al closet se divisaba un pantalón negro, una camisa blanca y un par de zapatos igual negros los cuales lustraba, lavaba y se ponía cada día, cuando acababa de vestirse tomaba un peine con el cual cepillaba rápidamente su cabello rojizo el cual llagaba no muy arriba de su oreja veíase rápidamente en el espejo y salía a la aventura del nuevo día.

Caminaba felizmente por aquellas calles viejas llenas de gente muy animadas muy animadas y al andar no muy poco tiempo por aquellas rutas se podía percibir el delicioso olor a pan recién horneado, mezclado con el cantar de las aves que reposaban, en cuan grandes árboles que aportaban una gran sombra fresca a pasajeros y residentes de aquellas calles.

Al acercarse a él se podía sentir su respiración un poco acelerada, pues antes, cuando entraba en esas calles se le acerco una señora ya grande pero amigable a la cual le reconfortaba verlo y dándole ella una canasta mediana, en la cual se distinguía tejidos de fibra, en los cuales reposaban una manta amarilla bordada que cubría unos alimentos. Los cuales él le agradecía cada día a ella mucho y respondiendole ella siempre, le recordaba que se le hacía tarde, para llegar a la fábrica en la cual trabajaba y por ello agitado se lanzaba a la carrera contra el tiempo. Pero antes de llegar tenía que pasar por un gran castillo, el cual se diría que fue atacado por el tiempo, en las paredes que rodeaban aquel castillo se ve el desgaste de la pintura color crema, en su sima se veían unas rosas marchitas, juntadas en ramilletes, en un determinado espacio cuyas ramas crecieron tanto que a uno le parecerían raíces, que se enterraban en aquellas paredes, y en medio se hallaba una gran reja dividida en dos partes, de acero oxidado, que se unían y que mantenía juntas un gran candado, y en la parte más alta del rejado se hallaba un letrero del mismo material, que con letras grandes anunciaba el nombre ¨ LA VICTORIA ¨

Ante aquella escena el joven Axon siempre se detenía y causaba en el un sentimiento como el que le provocaba el oír las teclas de aquel piano viejo y empolvado, pero este tenia una mezcla de odio y tristeza, su cuerpo se tenso, apretaba sus puños con fuerza, mientras que en su mejilla se deslizaba una pequeña lagrima, que reflejaba un recuerdo amargo, que con su brazo la retiraba con un solo movimiento. Siguiendo con su camino, con una mano sujetando la canasta y la otra en el bolsillo, cerrando por un momento los ojos fuertemente, no porque el tiempo oprimía, sino porque un guardia gritaba fuertemente desde lo alto, obligandolo a irse, un trago amargo que lo poseía cada día.

Pero mientras seguía con su camino, una pequeña sonrisa nacía de nuevo en su rostro, cuando el animo volvía a el, veía su reloj que tenia en su brazo y recordaba que se le hacia tarde y emprendió la carrera.

Veía yo a lo lejos como se aproximaba ami la fabrica, bueno mas bien era al revés. Uno debía detenerse y formarse en el umbral de la entrada antes de poder ingresar. Dos oficiales revisaban el gafete de empleado, lo que ami parecer era algo estúpido pues todos nos conocíamos y alguien nuevo resaltaría rápidamente, pero es no importaba. Cuando por fin llegó mi turno, ví de nuevo a es guardia, de aspecto serio y crudo. Vestido con una gabardina negra desgastada y empolvada. Su aspecto era sombrío como el de un zombie, tieso y sin sentimientos, que en lugar consumir cerebros se alimentan del trabajo arduo de personas miserables tales como yo. Digo sin temor a equivocarme, que incluso cantan despechadamente una estúpida canción sobre el trabajo.

Una vez adentro, caminé a mi estación por así decirlo. La fábrica era de sartenes, así que se podían oír a los demás trabajadores martillar, fundir y quejarse en el trabajo y de ellas salía yo saludando rápidamente a mis amigos, esquivando a la vez los tubos que se asomaban por el techo y piso.

Mi trabajo mes esperaba como siempre hasta lo último de la fábrica, a mí me correspondía darle mantenimiento a las máquinas, lo que resultaba un tanto tedioso pues todo estaba desgastado y viejo.