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Confidencias a H.
Lou...    Su nombre africano era Osasumwen. Fuimos amantes durante tres años en una intensa y sensual relación, no exenta de episodios tormentosos, pero exultante de sexo y emociones.

    Era verano. Nos gustaba dar una vuelta por la playa, algún río o pasar el tiempo en la piscina. Yo disfrutaba enormemente mientras le enseñaba mi tierra y si era ligeros de ropa, tanto mejor. Mi negrita era un bellezón y contemplarla con sus ajustados bikinis era fantástico. —¿Sabías que los negros tienen un pelo realmente fuerte y rebelde, H.?— Lou acostumbraba a depilarse a la manera brasileña o a afeitarse completamente con una Gillette Venus, pero ello le ocasionaba algunos problemas en su toto, como ella lo llamaba. Tras la cuchilla no era raro que, al crecer, parte de su vello tomara el camino equivocado, lo que le provocaba unos dolorosos y antiestéticos abscesos.
    Lou suspiraba por tratarse con láser y olvidarse de su vello pero, al menos en aquellos tiempos, se aseguraba que era peligroso para la gente de color. Cosas de la melanina... Yo le comenté la posibilidad de utilizar cera, pero ella nunca la había usado y no se atrevía por ella misma; así que acordamos, en una próxima ocasión, acudir a un salón de belleza. Al menos, para aprender la técnica.

    Un buen día que, entre risas, comentó que tenía mejor césped que el que observábamos en la piscina, nos acercamos a un salón cercano.

    Lou llevaba escasamente cinco meses en el país y su castellano era el de un niño de dos años. Ahí yo no ayudaba mucho, en realidad... Entre nosotros hablábamos en inglés y ella se hinchaba a reír con mi inglés pueblerino, y a mí me encantaba su risa... Yo debía ejercer de traductor.
    Llegados al local, Lou se comportó de manera nerviosa y asustada. De forma parecida a su actitud unos días antes en una visita rutinaria al hospital. Era un salón de peluquería y tratamientos de esteticién y depilación, y la visión de tantas batas blancas no le tranquilizaba. Un poco atolondrado, y tras comprobar que no iban a poder comunicarse con ella, pregunté a las chicas si era posible que yo le acompañara en el tratamiento. Todas las miradas se dirigieron a una guapa rubia que, un poco cortada, nos miró y finalmente dijo:—Bueno, ¿por qué no? Si tu amiga no tiene problema con ello, yo tampoco.    Pasamos los tres a una habitación ocupada por dos camillas articuladas, un armario repleto de productos de cosmética y una mesa donde se encontraba una especie de freidora para calentar y colar la cera. Yo me senté en unas de las camillas mientras Lou era requerida para quitarse toda la ropa, ponerse una amplia bata y recostarse en la camilla que tenía frente a mí. Yo charlaba con la chica intentando mostrar aplomo e interrogándole sobre su experiencia con gente de piel negra, pero ella afirmó no tener experiencia alguna.
    Lou no parecía tener un sólo pelo en sus largas piernas pero necesitaba tratarse las axilas y la zona de su toto. La chica rubia me pregunto en qué forma o cuánto deseaba depilarse Lou, a lo que yo contesté: "Todo". La chica rompió a reír y me dijo que eso no era posible con cera. Entonces le dije que retirara todo el vello que fuera posible y yo acabaría el trabajo en casa. Fue un momento embarazoso: la chica rubia reía a carcajadas, yo no sabía qué cara poner y Lou nos miraba sin entender absolutamente nada. Yo se lo expliqué.—It's OK.— Dijo Lou. Y se acomodó en la camilla.    La chica comenzó con su tarea. Yo intentaba actuar de manera natural, observando su trabajo, hablando normalmente con ella y traduciendo nuestra conversación a Lou. Como si estuviera acostumbrado a la situación, pero no era fácil...

    En un principio, las dos muchachas intentaron no mostrarme demasiado pero, muy pronto, ambas se dieron cuenta que tanto pudor hacía el trabajo lento, complicado e ineficiente. Finalmente, la propia Lou se incorporó y, con una sonrisa nerviosa, se despojó de la bata diciendo:—Es mi especial amigo. No problem.    Era una situación deliciosa. Lou estaba desnuda sobre la blanca sábana, recostada y, como indefensa... Podía verla en plenitud. Era una Diosa de ébano, absolutamente maravillosa.
    Yo era el hombre más afortunado del mundo. Sus sensuales labios me sonreían mientras me miraba con sus grandes ojos, haciéndome feliz. Podía ver sus hermosos pechos y su toto abierto para mí. Como un regalo. Ella confiaba en mí, me quería...

    La muchacha rubia trabajaba en el pubis de Lou. —Ella era hermosa también...— Su bata, muy ajustada, apenas ocultaba sus muslos juveniles y revelaba una bonita figura. La linea de la espalda, su culo... Podía adivinar que un pequeño tanga azul era su única ropa interior. Un escote generoso hasta mostrar alguna linea de bronceado completaba la escena.

    Yo disfrutaba observando el trabajo de la muchacha. Como su cabello tocaba a veces el cuerpo de Lou o le rozaba con sus pechos, y como apoyaba sus manos trabajando en la piel cercana a su rosada vulva... Gozaba de momentos profundamente eróticos, aliñados también con algún grito de dolor y muchos momentos divertidos.
    Percibía que Lou estaba excitada, su toto estaba húmedo y no podía ocultarlo. Se sentía un poco avergonzada... Creo que la muchacha rubia se sentía excitada también, parecía más nerviosa y era consciente de mi presencia, y del jugoso secreto de Lou...
    La atmósfera estaba cargada de erotismo, con más sensualidad que lujuria, en realidad. Fueron unos momentos increíbles.

    (...)
    El trabajo está hecho aquí. Pago en la caja.—¡Muchas gracias!    Abandonamos el salón precipitadamente dejando a la muchacha rubia un poco desconcertada. No veo el momento de llegar a casa...

    Una vez allí, sin más preámbulo que un beso, nos despojamos rápidamente de nuestras ropas y me dirijo al baño para alcanzar la Venus, una toalla, agua caliente y jabón. A mi regreso Lou sonríe desnuda desde la cama, nerviosa, ansiosa... Beso sus boca y sus pechos, rozo su estómago con mis labios y beso su toto, con un beso largo y apasionado. Siento su esencia en mi boca, está realmente mojada, jugosa... y me responde con un gemido. Poco a poco, con deleite, afeito completamente su pubis; despacio, con delicadeza, besándolo, lamiendo su miel a un tiempo...

    Me levanto para admirarlo. ¡Es el toto más bonito del mundo! Y Lou me está mirando, expuesta, casi suplicando, llena de deseo...

    Estuvimos haciendo el amor durante horas...

Nunca me he sentido mejor en mi vida.
Nunca olvidaré aquel día.
Nunca olvidaré a Osasumwen.

Bandido, 2010. Memorias golfas.

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Confidencias a H.
Lou...    Su nombre africano era Osasumwen. Fuimos amantes durante tres años en una intensa y sensual relación, no exenta de episodios tormentosos, pero exultante de sexo y emociones.

    Era verano. Nos gustaba dar una vuelta por la playa, algún río o pasar el tiempo en la piscina. Yo disfrutaba enormemente mientras le enseñaba mi tierra y si era ligeros de ropa, tanto mejor. Mi negrita era un bellezón y contemplarla con sus ajustados bikinis era fantástico. —¿Sabías que los negros tienen un pelo realmente fuerte y rebelde, H.?— Lou acostumbraba a depilarse a la manera brasileña o a afeitarse completamente con una Gillette Venus, pero ello le ocasionaba algunos problemas en su toto, como ella lo llamaba. Tras la cuchilla no era raro que, al crecer, parte de su vello tomara el camino equivocado, lo que le provocaba unos dolorosos y antiestéticos abscesos.
    Lou suspiraba por tratarse con láser y olvidarse de su vello pero, al menos en aquellos tiempos, se aseguraba que era peligroso para la gente de color. Cosas de la melanina... Yo le comenté la posibilidad de utilizar cera, pero ella nunca la había usado y no se atrevía por ella misma; así que acordamos, en una próxima ocasión, acudir a un salón de belleza. Al menos, para aprender la técnica.

    Un buen día que, entre risas, comentó que tenía mejor césped que el que observábamos en la piscina, nos acercamos a un salón cercano.

    Lou llevaba escasamente cinco meses en el país y su castellano era el de un niño de dos años. Ahí yo no ayudaba mucho, en realidad... Entre nosotros hablábamos en inglés y ella se hinchaba a reír con mi inglés pueblerino, y a mí me encantaba su risa... Yo debía ejercer de traductor.
    Llegados al local, Lou se comportó de manera nerviosa y asustada. De forma parecida a su actitud unos días antes en una visita rutinaria al hospital. Era un salón de peluquería y tratamientos de esteticién y depilación, y la visión de tantas batas blancas no le tranquilizaba. Un poco atolondrado, y tras comprobar que no iban a poder comunicarse con ella, pregunté a las chicas si era posible que yo le acompañara en el tratamiento. Todas las miradas se dirigieron a una guapa rubia que, un poco cortada, nos miró y finalmente dijo:—Bueno, ¿por qué no? Si tu amiga no tiene problema con ello, yo tampoco.    Pasamos los tres a una habitación ocupada por dos camillas articuladas, un armario repleto de productos de cosmética y una mesa donde se encontraba una especie de freidora para calentar y colar la cera. Yo me senté en unas de las camillas mientras Lou era requerida para quitarse toda la ropa, ponerse una amplia bata y recostarse en la camilla que tenía frente a mí. Yo charlaba con la chica intentando mostrar aplomo e interrogándole sobre su experiencia con gente de piel negra, pero ella afirmó no tener experiencia alguna.
    Lou no parecía tener un sólo pelo en sus largas piernas pero necesitaba tratarse las axilas y la zona de su toto. La chica rubia me pregunto en qué forma o cuánto deseaba depilarse Lou, a lo que yo contesté: "Todo". La chica rompió a reír y me dijo que eso no era posible con cera. Entonces le dije que retirara todo el vello que fuera posible y yo acabaría el trabajo en casa. Fue un momento embarazoso: la chica rubia reía a carcajadas, yo no sabía qué cara poner y Lou nos miraba sin entender absolutamente nada. Yo se lo expliqué.—It's OK.— Dijo Lou. Y se acomodó en la camilla.    La chica comenzó con su tarea. Yo intentaba actuar de manera natural, observando su trabajo, hablando normalmente con ella y traduciendo nuestra conversación a Lou. Como si estuviera acostumbrado a la situación, pero no era fácil...

    En un principio, las dos muchachas intentaron no mostrarme demasiado pero, muy pronto, ambas se dieron cuenta que tanto pudor hacía el trabajo lento, complicado e ineficiente. Finalmente, la propia Lou se incorporó y, con una sonrisa nerviosa, se despojó de la bata diciendo:—Es mi especial amigo. No problem.    Era una situación deliciosa. Lou estaba desnuda sobre la blanca sábana, recostada y, como indefensa... Podía verla en plenitud. Era una Diosa de ébano, absolutamente maravillosa.
    Yo era el hombre más afortunado del mundo. Sus sensuales labios me sonreían mientras me miraba con sus grandes ojos, haciéndome feliz. Podía ver sus hermosos pechos y su toto abierto para mí. Como un regalo. Ella confiaba en mí, me quería...

    La muchacha rubia trabajaba en el pubis de Lou. —Ella era hermosa también...— Su bata, muy ajustada, apenas ocultaba sus muslos juveniles y revelaba una bonita figura. La linea de la espalda, su culo... Podía adivinar que un pequeño tanga azul era su única ropa interior. Un escote generoso hasta mostrar alguna linea de bronceado completaba la escena.

    Yo disfrutaba observando el trabajo de la muchacha. Como su cabello tocaba a veces el cuerpo de Lou o le rozaba con sus pechos, y como apoyaba sus manos trabajando en la piel cercana a su rosada vulva... Gozaba de momentos profundamente eróticos, aliñados también con algún grito de dolor y muchos momentos divertidos.
    Percibía que Lou estaba excitada, su toto estaba húmedo y no podía ocultarlo. Se sentía un poco avergonzada... Creo que la muchacha rubia se sentía excitada también, parecía más nerviosa y era consciente de mi presencia, y del jugoso secreto de Lou...
    La atmósfera estaba cargada de erotismo, con más sensualidad que lujuria, en realidad. Fueron unos momentos increíbles.

    (...)
    El trabajo está hecho aquí. Pago en la caja.—¡Muchas gracias!    Abandonamos el salón precipitadamente dejando a la muchacha rubia un poco desconcertada. No veo el momento de llegar a casa...

    Una vez allí, sin más preámbulo que un beso, nos despojamos rápidamente de nuestras ropas y me dirijo al baño para alcanzar la Venus, una toalla, agua caliente y jabón. A mi regreso Lou sonríe desnuda desde la cama, nerviosa, ansiosa... Beso sus boca y sus pechos, rozo su estómago con mis labios y beso su toto, con un beso largo y apasionado. Siento su esencia en mi boca, está realmente mojada, jugosa... y me responde con un gemido. Poco a poco, con deleite, afeito completamente su pubis; despacio, con delicadeza, besándolo, lamiendo su miel a un tiempo...

    Me levanto para admirarlo. ¡Es el toto más bonito del mundo! Y Lou me está mirando, expuesta, casi suplicando, llena de deseo...

    Estuvimos haciendo el amor durante horas...

Nunca me he sentido mejor en mi vida.
Nunca olvidaré aquel día.
Nunca olvidaré a Osasumwen.

Bandido, 2010. Memorias golfas.