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La tumba de Calígula

Un bulto gordo que llevaba junto a una pala y una pica en un carretón despertaron la curiosidad del chico que lo seguía desde hacía un rato. Era hijo de una familia vecina y lo había visto un par de veces. Esta era la primera vez que le hablaba. Era petizo de cabello color del trigo y la cara pecosa. La oscuridad se extendía en el cielo mezclándose con el día. Las calles aun no florecían de luces bohemias o perfumes de mujer mezclados con tabaco y alcohol. Aun no eran las cinco de la tarde. El muchacho lo miro entornando los ojos una vez más.

_¿No me dejas ver?

_No.

_¡Entonces si es una persona!

_¡Que no!

Llevaba algún rato haciéndole la misma pregunta. Lo estaba fastidiando. Las calles eran conocidas para él, pero a ratos se le volvieron confusas con la presencia acosadora del niño metiche. Durante algún rato un silencio pesado se hacía entre ambos, pero luego nuevamente estaba la pregunta una vez más. Tras ver alguno de los intentos de aquel chico por conocer el contenido del gordo saco sobre el carretón, él comenzó a ocultarlo a propósito o por lo menos dificultar la visión del crío para su propia diversión. Debía reconocerle su tenacidad. Ya casi llegaba al pequeño bosque en el parque. Era tiempo de comenzar su labor. Dando picotazos en la tierra hasta que se desarmara, procedió a dar paladas a la tierra floja para preparar el sepulcro. El gordo saco siempre estaba junto a él.

Rindiéndose ante la negativa de ver el contenido del saco el niño optó por sentarse en una piedra y sacar la manzana que no se comió en el almuerzo de ese día. Ni siquiera le ofreció una mordida por cortesía.

_¿Es una chica? Podría ser una persona pequeña... una anciana... ¿Un hombre?

_¿Estamos jugando al adivinar?

_Es la única opción que me dejas.

_Siempre puedes irte a casa.

_No quiero.

_ Pues bien._ dando otra palada se adentró en el agujero para poder tener algo de movilidad. El chico hizo crujir la manzana entre sus dientes.

_¿Eres de esos que matan maricas de noche?

Su siguiente palada fue algo tensa. La sombra de un recuerdo pasó por su mente pero como siempre que sucedía apenas lo visualizaba este recuerdo se volvió negro y borroso. Siguió las paladas sin siquiera detenerse ante la tensión de sus puños. El cielo se había oscurecido mientras la luna se escondía por entre las nubes.

_No seas pesado._ soltó luego de otra palada. El olor de la tierra le perfumaba la voz. _Sólo estoy dándole sepultura a mi perro.

_No es cierto._ refunfuñó el chico.

_A mí no me van esas cosas.

_No se lo diré a nadie.

Con el pelo negro cayéndole por el rostro, el hombre lo miró sin ocultar esta vez su enojo. Sus ojos también eran negros, como el agujero cavado por él. El chico dio un respingo.

_Te lo he dicho. Sólo estoy dándole sepultura a mi perro.

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La tumba de Calígula

Un bulto gordo que llevaba junto a una pala y una pica en un carretón despertaron la curiosidad del chico que lo seguía desde hacía un rato. Era hijo de una familia vecina y lo había visto un par de veces. Esta era la primera vez que le hablaba. Era petizo de cabello color del trigo y la cara pecosa. La oscuridad se extendía en el cielo mezclándose con el día. Las calles aun no florecían de luces bohemias o perfumes de mujer mezclados con tabaco y alcohol. Aun no eran las cinco de la tarde. El muchacho lo miro entornando los ojos una vez más.

_¿No me dejas ver?

_No.

_¡Entonces si es una persona!

_¡Que no!

Llevaba algún rato haciéndole la misma pregunta. Lo estaba fastidiando. Las calles eran conocidas para él, pero a ratos se le volvieron confusas con la presencia acosadora del niño metiche. Durante algún rato un silencio pesado se hacía entre ambos, pero luego nuevamente estaba la pregunta una vez más. Tras ver alguno de los intentos de aquel chico por conocer el contenido del gordo saco sobre el carretón, él comenzó a ocultarlo a propósito o por lo menos dificultar la visión del crío para su propia diversión. Debía reconocerle su tenacidad. Ya casi llegaba al pequeño bosque en el parque. Era tiempo de comenzar su labor. Dando picotazos en la tierra hasta que se desarmara, procedió a dar paladas a la tierra floja para preparar el sepulcro. El gordo saco siempre estaba junto a él.

Rindiéndose ante la negativa de ver el contenido del saco el niño optó por sentarse en una piedra y sacar la manzana que no se comió en el almuerzo de ese día. Ni siquiera le ofreció una mordida por cortesía.

_¿Es una chica? Podría ser una persona pequeña... una anciana... ¿Un hombre?

_¿Estamos jugando al adivinar?

_Es la única opción que me dejas.

_Siempre puedes irte a casa.

_No quiero.

_ Pues bien._ dando otra palada se adentró en el agujero para poder tener algo de movilidad. El chico hizo crujir la manzana entre sus dientes.

_¿Eres de esos que matan maricas de noche?

Su siguiente palada fue algo tensa. La sombra de un recuerdo pasó por su mente pero como siempre que sucedía apenas lo visualizaba este recuerdo se volvió negro y borroso. Siguió las paladas sin siquiera detenerse ante la tensión de sus puños. El cielo se había oscurecido mientras la luna se escondía por entre las nubes.

_No seas pesado._ soltó luego de otra palada. El olor de la tierra le perfumaba la voz. _Sólo estoy dándole sepultura a mi perro.

_No es cierto._ refunfuñó el chico.

_A mí no me van esas cosas.

_No se lo diré a nadie.

Con el pelo negro cayéndole por el rostro, el hombre lo miró sin ocultar esta vez su enojo. Sus ojos también eran negros, como el agujero cavado por él. El chico dio un respingo.

_Te lo he dicho. Sólo estoy dándole sepultura a mi perro.