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COMO ANTES

Era el tipo de persona que caía bien a todo el mundo, quién no se metía en problemas, quién no buscaba discusiones, quién hacía feliz a los que le rodeaban con una sola sonrisa, quién anteponía la integridad de otros a la suya misma, quién no osaba desobedecer o poner en duda las órdenes de un padre, quién actuaba de manera más que adecuada en los estudios, quién poseía una inocencia pura y quién se desvivía amando sin conocer el dolor. Sí, así era yo, el tipo de chica que servía de confidente para todo el mundo y siempre se mostraba cercana y dispuesta a ayudar en todo lo que hiciera falta. Para unos padres, un orgullo; para un profesor, una alumna ejemplar; para una suegra, una nuera envidiable; para una amiga, una hermana; para un hombre… algo insignificante. En pocas palabras: era una completa idiota.
-¡Hey, Jessica, ven a bailar, vamos!
Miro a través del humo de mi cigarrillo y entorno los ojos al toparme con la imagen de ella invitándome a unirme a la masa de gente que llenaba la pista de baile de aquella discoteca, donde habíamos ido a parar tras la cena de fin de curso.
No respondo, estoy demasiado sumida en pensamientos y cavilaciones que me resultan mucho más interesantes que cualquier contoneo de cadera y movimientos acelerados entre luces multicolores que podamos ejecutar.
Me está mirando fijamente, acaba de poner sus brazos en jarra, con las manos colocadas a ambos lados de sus caderas. Su rostro luce una expresión indescifrable, ¿inquietud? ¿molestia? ¿preocupación? … ¿duda?
-Bah… -suelto por lo bajo y de mala gana.
Ladeo la boca expulsando una perfecta voluta de humo y alzo una ceja. Debo de tener un aspecto realmente extraño embutida en este corto y entallado vestido rojo, luciendo escote y mostrando en primera plana mis piernas cruzadas, que acaban en un pie delgado enfundado en un zapato negro de tacón considerablemente alto. Si no fuera porque estoy sentada encima de un ridículo asiento con forma de cubo de un tamaño no mayor que una mesita de noche, sería una perfecta matriarca con pinta de pertenecer a una mafia de lujo. Aunque, pensándolo bien, también pueden ver en mí a una imbécil amargada, o incluso a una sugerente lagarta que espera cazar a su presa para divertirse esta noche. Oh… de verme así empezaríamos a meternos de lleno en problemas.
Ella ya está bailando de nuevo, me sorprende que no se haya acercado hasta donde estoy al notar una nueva reacción fría y distante por mi parte, supongo que ya se habrá cansando de preocuparse por mí esta noche, es normal, habitual, por llamarlo de algún modo.
Me convertí en una persona realmente muy difícil de tratar, una caja oscura e irradiante de cuestiones que jamás nadie se molesta en intentar contestar, buscar respuesta y dar solución. Tal vez piensen que soy así por naturaleza, en realidad no saben nada de mí, como ya dije, yo antes no era así, y no pienso volver a repetir las mismas palabras, supone implicar demasiado esfuerzo por parte de mi memoria y eso me molesta, me pone de mal humor y hasta puede llegar a enfurecerme, así que pienso que es mejor dejar este diálogo interior que nadie escucha salvo yo y que tampoco nadie trataría de entender…, a excepción de ella claro, creo que de no haberla conocido, por alguna extraña coincidencia de la vida, estaría sola, completamente, al fin y al cabo todo el mundo te da de lado cuando en verdad tienes problemas serios, poca gente se queda a tu lado, en mi caso…nadie. Debo ser muy pero que muy mala persona. Pero ella si lo hizo, a pesar de ser como soy actualmente, me comprende y me soporta.
Exhibo una media sonrisa que se podría confundir perfectamente con una mueca de desagrado o rechinar de dientes.
Lanzo una mirada circundante por la discoteca, ¿o debería decir antro? Sí, los efectos luminosos, sonoros y demás son muy llamativos y espectaculares, pero lo estoy pasando mal, por tanto, este sitio es un asco, me desagrada, apesta a falsedad e hipocresía mire adonde mire por parte de la gente que se deshace en sudor en la pista de baile… un momento… ¿Qué…?
Un chico, ni muy guapo ni muy feo, digamos que con cierto encanto se está acercando disimuladamente a ella. ¿Se cree que estoy ciega o qué? Bueno, más bien él está cegado con tanto examinarla de arriba abajo.
-Aparta esos ojos, alimaña… -siseo, sin darme cuenta estoy apretando los puños y la expresión de mi cara se torna aún más dura.
-¿Te encuentras bien? –irrumpe una voz masculina en mis oídos.
Giro la cabeza para toparme con un muchacho perteneciente a una de las clases de mi bachillerato, no recuerdo a cuál de ellas, pero es de mi instituto, de mi edad, y ha ido a la cena, eso seguro. Lo miro con desprecio, ¿un hombre? ¿hablándome? Por favor…
-Lárgate –le suelto con voz cortante.
-Oye, pero…
Le dirijo una mirada tan fría como el propio hielo, noto como la saliva se le acumula en la garganta y es incapaz de respirar acompasadamente. Suficiente para hacerlo callar, qué flojo.
Vuelvo a dirigir mis ojos hacia la pista de baile. No puede ser, están hablando. Se está acercando mucho, demasiado. Se nota que ella está incómoda, rehuye sus miradas y acercamientos retrocediendo disimuladamente. Voy a partirle la cara, al final todos son iguales, no permitiré que la siga molestando y menos que intente algo con ella, aunque sea lo último que haga.
El dolor sufrido me ciega. Lo sé, yo misma soy consciente de que mis problemas amorosos en el pasado no tienen por qué afectar a todo el mundo pero tantas veces hirieron, golpearon y asestaron cuchilladas a mi corazón que terminaron por desquebrajar mi alma en pequeños pedazos y llegar a congelarla convirtiéndome en lo que soy ahora, alguien carente de los preciosos sentimientos que habían llenado toda mi vida, y para la cual los hombres son una especie de la que hay que protegerse en todo momento. Pienso que ninguno de ellos logrará romper jamás este tipo de barrera que yo misma me impuse al recibir tanto daño, el que lo haga tendrá su correspondiente mérito, mientras tanto me encargaré de que ella, mi mejor amiga, casi mi hermana, la única persona que ha mostrado interés por mí en mis peores momentos, cuando no le importaba a nadie más, no pase por lo que yo pasé. No la privaré del contacto con hombres, claro está, tampoco soy una especie de protectora de su castidad, pero si que me encargaré de protegerla y ahorrarle ese dolor cueste lo que cueste.
Él muestra una sonrisa pícara y sus ojos rezuman un sentimiento que no soy capaz de distinguir. Su mirada no me inspira nada bueno, sus intenciones no son limpias. ¿Está intentando sacarla de la pista de baile poco a poco o es mi propia desconfianza en los tíos jugándome una mala pasada?
Ella me lanza una mirada desde donde se encuentran, es rápida pero suficiente para que capte la ansiedad que siente, está colapsada.
Nunca tuve una oportunidad para hacerme la heroína, o "la guay", pero siempre pensé que de tener que actuar en una situación semejante no me quedaría quieta pensando si ella me necesita.
Agarro mi bolso, rauda y veloz al tiempo que arrojo mi cigarrillo al suelo con furia y desparezco entre las luces, los bafles y el bullicio de la discoteca, como una exhalación. Apuesto a que el muchacho que había tratado de hablarme y que permanecía sentado a mi lado no había tenido tiempo de asimilar mi desaparición.
Las manos del tipo se colocan sobre las caderas de mi amiga.
Me crujo los nudillos. Lo que más me importa en esta vida no se toca.
Mis ojos se topan con los de él y atravieso sus pupilas con una de mis más profundas y penetrantes miradas irradiantes de ira y horrendo odio. Pienso utilizar la fuerza si se resiste, que el boxeo sea uno de mis hobbies tiene sus ventajas, pero primero una aparición con clase y modales:
-Eh, te estás pasando.

Y a veces me da por pensar… ¿sería mejor volver a ser como antes?

Dido R. Raez
19/08/2.010

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COMO ANTES

Era el tipo de persona que caía bien a todo el mundo, quién no se metía en problemas, quién no buscaba discusiones, quién hacía feliz a los que le rodeaban con una sola sonrisa, quién anteponía la integridad de otros a la suya misma, quién no osaba desobedecer o poner en duda las órdenes de un padre, quién actuaba de manera más que adecuada en los estudios, quién poseía una inocencia pura y quién se desvivía amando sin conocer el dolor. Sí, así era yo, el tipo de chica que servía de confidente para todo el mundo y siempre se mostraba cercana y dispuesta a ayudar en todo lo que hiciera falta. Para unos padres, un orgullo; para un profesor, una alumna ejemplar; para una suegra, una nuera envidiable; para una amiga, una hermana; para un hombre… algo insignificante. En pocas palabras: era una completa idiota.
-¡Hey, Jessica, ven a bailar, vamos!
Miro a través del humo de mi cigarrillo y entorno los ojos al toparme con la imagen de ella invitándome a unirme a la masa de gente que llenaba la pista de baile de aquella discoteca, donde habíamos ido a parar tras la cena de fin de curso.
No respondo, estoy demasiado sumida en pensamientos y cavilaciones que me resultan mucho más interesantes que cualquier contoneo de cadera y movimientos acelerados entre luces multicolores que podamos ejecutar.
Me está mirando fijamente, acaba de poner sus brazos en jarra, con las manos colocadas a ambos lados de sus caderas. Su rostro luce una expresión indescifrable, ¿inquietud? ¿molestia? ¿preocupación? … ¿duda?
-Bah… -suelto por lo bajo y de mala gana.
Ladeo la boca expulsando una perfecta voluta de humo y alzo una ceja. Debo de tener un aspecto realmente extraño embutida en este corto y entallado vestido rojo, luciendo escote y mostrando en primera plana mis piernas cruzadas, que acaban en un pie delgado enfundado en un zapato negro de tacón considerablemente alto. Si no fuera porque estoy sentada encima de un ridículo asiento con forma de cubo de un tamaño no mayor que una mesita de noche, sería una perfecta matriarca con pinta de pertenecer a una mafia de lujo. Aunque, pensándolo bien, también pueden ver en mí a una imbécil amargada, o incluso a una sugerente lagarta que espera cazar a su presa para divertirse esta noche. Oh… de verme así empezaríamos a meternos de lleno en problemas.
Ella ya está bailando de nuevo, me sorprende que no se haya acercado hasta donde estoy al notar una nueva reacción fría y distante por mi parte, supongo que ya se habrá cansando de preocuparse por mí esta noche, es normal, habitual, por llamarlo de algún modo.
Me convertí en una persona realmente muy difícil de tratar, una caja oscura e irradiante de cuestiones que jamás nadie se molesta en intentar contestar, buscar respuesta y dar solución. Tal vez piensen que soy así por naturaleza, en realidad no saben nada de mí, como ya dije, yo antes no era así, y no pienso volver a repetir las mismas palabras, supone implicar demasiado esfuerzo por parte de mi memoria y eso me molesta, me pone de mal humor y hasta puede llegar a enfurecerme, así que pienso que es mejor dejar este diálogo interior que nadie escucha salvo yo y que tampoco nadie trataría de entender…, a excepción de ella claro, creo que de no haberla conocido, por alguna extraña coincidencia de la vida, estaría sola, completamente, al fin y al cabo todo el mundo te da de lado cuando en verdad tienes problemas serios, poca gente se queda a tu lado, en mi caso…nadie. Debo ser muy pero que muy mala persona. Pero ella si lo hizo, a pesar de ser como soy actualmente, me comprende y me soporta.
Exhibo una media sonrisa que se podría confundir perfectamente con una mueca de desagrado o rechinar de dientes.
Lanzo una mirada circundante por la discoteca, ¿o debería decir antro? Sí, los efectos luminosos, sonoros y demás son muy llamativos y espectaculares, pero lo estoy pasando mal, por tanto, este sitio es un asco, me desagrada, apesta a falsedad e hipocresía mire adonde mire por parte de la gente que se deshace en sudor en la pista de baile… un momento… ¿Qué…?
Un chico, ni muy guapo ni muy feo, digamos que con cierto encanto se está acercando disimuladamente a ella. ¿Se cree que estoy ciega o qué? Bueno, más bien él está cegado con tanto examinarla de arriba abajo.
-Aparta esos ojos, alimaña… -siseo, sin darme cuenta estoy apretando los puños y la expresión de mi cara se torna aún más dura.
-¿Te encuentras bien? –irrumpe una voz masculina en mis oídos.
Giro la cabeza para toparme con un muchacho perteneciente a una de las clases de mi bachillerato, no recuerdo a cuál de ellas, pero es de mi instituto, de mi edad, y ha ido a la cena, eso seguro. Lo miro con desprecio, ¿un hombre? ¿hablándome? Por favor…
-Lárgate –le suelto con voz cortante.
-Oye, pero…
Le dirijo una mirada tan fría como el propio hielo, noto como la saliva se le acumula en la garganta y es incapaz de respirar acompasadamente. Suficiente para hacerlo callar, qué flojo.
Vuelvo a dirigir mis ojos hacia la pista de baile. No puede ser, están hablando. Se está acercando mucho, demasiado. Se nota que ella está incómoda, rehuye sus miradas y acercamientos retrocediendo disimuladamente. Voy a partirle la cara, al final todos son iguales, no permitiré que la siga molestando y menos que intente algo con ella, aunque sea lo último que haga.
El dolor sufrido me ciega. Lo sé, yo misma soy consciente de que mis problemas amorosos en el pasado no tienen por qué afectar a todo el mundo pero tantas veces hirieron, golpearon y asestaron cuchilladas a mi corazón que terminaron por desquebrajar mi alma en pequeños pedazos y llegar a congelarla convirtiéndome en lo que soy ahora, alguien carente de los preciosos sentimientos que habían llenado toda mi vida, y para la cual los hombres son una especie de la que hay que protegerse en todo momento. Pienso que ninguno de ellos logrará romper jamás este tipo de barrera que yo misma me impuse al recibir tanto daño, el que lo haga tendrá su correspondiente mérito, mientras tanto me encargaré de que ella, mi mejor amiga, casi mi hermana, la única persona que ha mostrado interés por mí en mis peores momentos, cuando no le importaba a nadie más, no pase por lo que yo pasé. No la privaré del contacto con hombres, claro está, tampoco soy una especie de protectora de su castidad, pero si que me encargaré de protegerla y ahorrarle ese dolor cueste lo que cueste.
Él muestra una sonrisa pícara y sus ojos rezuman un sentimiento que no soy capaz de distinguir. Su mirada no me inspira nada bueno, sus intenciones no son limpias. ¿Está intentando sacarla de la pista de baile poco a poco o es mi propia desconfianza en los tíos jugándome una mala pasada?
Ella me lanza una mirada desde donde se encuentran, es rápida pero suficiente para que capte la ansiedad que siente, está colapsada.
Nunca tuve una oportunidad para hacerme la heroína, o "la guay", pero siempre pensé que de tener que actuar en una situación semejante no me quedaría quieta pensando si ella me necesita.
Agarro mi bolso, rauda y veloz al tiempo que arrojo mi cigarrillo al suelo con furia y desparezco entre las luces, los bafles y el bullicio de la discoteca, como una exhalación. Apuesto a que el muchacho que había tratado de hablarme y que permanecía sentado a mi lado no había tenido tiempo de asimilar mi desaparición.
Las manos del tipo se colocan sobre las caderas de mi amiga.
Me crujo los nudillos. Lo que más me importa en esta vida no se toca.
Mis ojos se topan con los de él y atravieso sus pupilas con una de mis más profundas y penetrantes miradas irradiantes de ira y horrendo odio. Pienso utilizar la fuerza si se resiste, que el boxeo sea uno de mis hobbies tiene sus ventajas, pero primero una aparición con clase y modales:
-Eh, te estás pasando.

Y a veces me da por pensar… ¿sería mejor volver a ser como antes?

Dido R. Raez
19/08/2.010