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PAPÁ

<<-Papá, ven ya, que ya es viernes>>.

¿Cuántos años hacen falta para dar cariño a alguien? ¿Cuánto tiempo es necesario para demostrar a alguien la cantidad de amor que quieres darle?
¿Cuánto nos queda por aprender, a los pequeños, en esta vida?
Aquella diminuta parte de ti mismo que lloraba sin consuelo abrazando tu cuello. Aquel pequeño fragmento que no cansaba su llanto. Aquellos sollozos nocturnos, que costaban tanto acallar, ahora se trasforman en palabras que trasmiten algo más.

Rompe el llanto del bebé la nochebuena de invierno, se alzan gritos jubilosos a la bóveda celeste. Un varón nos ha mandado el señor desde su cielo. Danzan gozosos los fuegos, en el marco divino, esta noche de Diciembre ha marcado nuestro sino.
Crece nuestro niño en brazos de la verdad, acompañando sus estudios con trabajo terrenal. Entre cantos y pajizas, entre huellas de animal, se va forjando su hombría y enfrenta la adversidad.
Sus ojos negros se fijan en la niña de la esquina, la que corre juguetona, brincando la calle abajo. Un pasito, dos, o tres, se acercan y se han mirado, no hay más nada que saber.
La juventud los alcanza, la etapa adulta también, ella sigue saliendo a su esquina, dónde a la vuelta de la calle está él. La flor del amor ha extendido sus pétalos a sus pies.
Veintiséis años nos carga, el bueno de nuestro niño, cuando recibe de esposa a la niña que siempre ha querido.
Sigue pasando el tiempo resuenan otros lloros, de aquel fruto que el afecto les ha entregado con esfuerzo.
La vida sigue corriendo, en alborotado compás, pues de la feliz familia no hay nada malo que contar.
Es entonces cuando una llamada termina por trastocar el halo de buena aventura que nadie podía esperar. Qué ingenuos aquellos que piensan que nada puede acabar.

Nace el niño de nuevo, metido en un hospital, sin nochebuena, sin fuegos, y sin gritos de bienestar.

<<-Papá, ven ya, que ya es viernes>>.

Las palabras no se alzan, las lágrimas son amargas, y el niño vuelve a su casa un lunes sin avisar. Sin preparar los confetis, con mucho que celebrar. Y dando gracias al cielo, la que escribe rompe a llorar.

<<-Papá, has venido, no te vayas más>>.

Dido R. Raez
24/12/2.011

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PAPÁ

<<-Papá, ven ya, que ya es viernes>>.

¿Cuántos años hacen falta para dar cariño a alguien? ¿Cuánto tiempo es necesario para demostrar a alguien la cantidad de amor que quieres darle?
¿Cuánto nos queda por aprender, a los pequeños, en esta vida?
Aquella diminuta parte de ti mismo que lloraba sin consuelo abrazando tu cuello. Aquel pequeño fragmento que no cansaba su llanto. Aquellos sollozos nocturnos, que costaban tanto acallar, ahora se trasforman en palabras que trasmiten algo más.

Rompe el llanto del bebé la nochebuena de invierno, se alzan gritos jubilosos a la bóveda celeste. Un varón nos ha mandado el señor desde su cielo. Danzan gozosos los fuegos, en el marco divino, esta noche de Diciembre ha marcado nuestro sino.
Crece nuestro niño en brazos de la verdad, acompañando sus estudios con trabajo terrenal. Entre cantos y pajizas, entre huellas de animal, se va forjando su hombría y enfrenta la adversidad.
Sus ojos negros se fijan en la niña de la esquina, la que corre juguetona, brincando la calle abajo. Un pasito, dos, o tres, se acercan y se han mirado, no hay más nada que saber.
La juventud los alcanza, la etapa adulta también, ella sigue saliendo a su esquina, dónde a la vuelta de la calle está él. La flor del amor ha extendido sus pétalos a sus pies.
Veintiséis años nos carga, el bueno de nuestro niño, cuando recibe de esposa a la niña que siempre ha querido.
Sigue pasando el tiempo resuenan otros lloros, de aquel fruto que el afecto les ha entregado con esfuerzo.
La vida sigue corriendo, en alborotado compás, pues de la feliz familia no hay nada malo que contar.
Es entonces cuando una llamada termina por trastocar el halo de buena aventura que nadie podía esperar. Qué ingenuos aquellos que piensan que nada puede acabar.

Nace el niño de nuevo, metido en un hospital, sin nochebuena, sin fuegos, y sin gritos de bienestar.

<<-Papá, ven ya, que ya es viernes>>.

Las palabras no se alzan, las lágrimas son amargas, y el niño vuelve a su casa un lunes sin avisar. Sin preparar los confetis, con mucho que celebrar. Y dando gracias al cielo, la que escribe rompe a llorar.

<<-Papá, has venido, no te vayas más>>.

Dido R. Raez
24/12/2.011