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Si, lo confieso… tengo una relación con las letras.

Ese sublime ir y venir de la pluma y la tinta corriendo en el papel me ha hecho amarle como a nadie. Las he amado hasta la locura y es, esa misma locura, la que me ha llevado a vivir en carne propia las mentiras que son mis historias.

Pero, ¿Cómo no amarles? Si me susurran entre comas y me gritan entre puntos que les ame. Que sea uno con ellas, que de vida a sus memorias, que mis palabras sean su voz y mi sangre sea la tinta de su pluma. Bailan frente a mí, seduciéndome entre líneas, inspirándome a contar a través de mil historias todo lo que hemos vivido y lo que no. Les amo tanto, que los números han llegado a sentir celos iracundos, tratando, constantemente, que les sea infiel. Pero no puedo, las letras me llevan con ellas hasta el éxtasis y al mismo tiempo me regresan a la mundana tierra donde no me queda nada más que sufrir de amor por ellas. Porque los poetas que sufren de amor, no sufren por una ella o un él, sufren porque también han amado a las letras. Y ellas, como buena musa maligna, no saben hacer otra cosa que jugar.

Cada día un verso distinto, cada mes un poema escrito.

Soy el más desesperado de los enamorados, amando a la nada, amándolo todo. Citando entre comillas y encerrando en paréntesis un amor prohibido, imposible, maldito. Sin embargo, soy presa de uno de los más puros amores que existen en el mundo. Amor al arte, amor a crear y destruir vidas con unas cuantas líneas, a formar amores eternos y asesinos sin miedo. Amor a lo bello y a lo feo, porque al final, mi cuento, mi mentira, termina siendo una anécdota real de mi vida.

Entre tachones, borrones y cuenta nueva, las letras me han llevado de la mano, guiando mi camino hacia un rumbo inesperado. Sin importar o no si esté en un momento de inspiración, si tenga la fuerza o la fe para escribir, toman mi mano y la hacen suya, garabatean palabras sin sentido formando los más coherentes párrafos que cuentan las más desquiciadas patrañas.

Me regresan a la muerte y me llevan a la vida.

Cada punto final, cada fin en una historia me regala un poco más de tiempo de vida. Porque sé que cuando muera, más allá de mi persona, quedarán mis tan elaboradas mentiras.

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Si, lo confieso… tengo una relación con las letras.

Ese sublime ir y venir de la pluma y la tinta corriendo en el papel me ha hecho amarle como a nadie. Las he amado hasta la locura y es, esa misma locura, la que me ha llevado a vivir en carne propia las mentiras que son mis historias.

Pero, ¿Cómo no amarles? Si me susurran entre comas y me gritan entre puntos que les ame. Que sea uno con ellas, que de vida a sus memorias, que mis palabras sean su voz y mi sangre sea la tinta de su pluma. Bailan frente a mí, seduciéndome entre líneas, inspirándome a contar a través de mil historias todo lo que hemos vivido y lo que no. Les amo tanto, que los números han llegado a sentir celos iracundos, tratando, constantemente, que les sea infiel. Pero no puedo, las letras me llevan con ellas hasta el éxtasis y al mismo tiempo me regresan a la mundana tierra donde no me queda nada más que sufrir de amor por ellas. Porque los poetas que sufren de amor, no sufren por una ella o un él, sufren porque también han amado a las letras. Y ellas, como buena musa maligna, no saben hacer otra cosa que jugar.

Cada día un verso distinto, cada mes un poema escrito.

Soy el más desesperado de los enamorados, amando a la nada, amándolo todo. Citando entre comillas y encerrando en paréntesis un amor prohibido, imposible, maldito. Sin embargo, soy presa de uno de los más puros amores que existen en el mundo. Amor al arte, amor a crear y destruir vidas con unas cuantas líneas, a formar amores eternos y asesinos sin miedo. Amor a lo bello y a lo feo, porque al final, mi cuento, mi mentira, termina siendo una anécdota real de mi vida.

Entre tachones, borrones y cuenta nueva, las letras me han llevado de la mano, guiando mi camino hacia un rumbo inesperado. Sin importar o no si esté en un momento de inspiración, si tenga la fuerza o la fe para escribir, toman mi mano y la hacen suya, garabatean palabras sin sentido formando los más coherentes párrafos que cuentan las más desquiciadas patrañas.

Me regresan a la muerte y me llevan a la vida.

Cada punto final, cada fin en una historia me regala un poco más de tiempo de vida. Porque sé que cuando muera, más allá de mi persona, quedarán mis tan elaboradas mentiras.