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rose-sombre — Tiro, remate y gol by-nc-nd
Published: 2014-06-17 19:59:24 +0000 UTC; Views: 152; Favourites: 3; Downloads: 0
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Description Minuto 40, 30 segundos, segundo tiempo.

El sudor caía en cascada del rostro de Rodrigo y la expectativa había enmudecido a esos corazones que laten cada vez que se resta un segundo al temporizador del partido. Cada mirada, de cada respiro contenido en unos cuantos metros cuadrados sucedía ahora como un par de manos unidas en oración que esperaban el momento preciso para que con un hábil movimiento de reverencia hacia el cielo, le indicaran a su corazón dejar escapar un aullido de ¡Gol!. Rodrigo estaba en ese punto crítico de la cancha en el que un jugador debía actuar, no bien, y mucho menos mal, debía ser rápido.

En menos tiempo de lo que duró el unísono exhalo de emociones que cayó en avalancha sobre los jugadores, Rodrigo estudió su alrededor, al árbitro, los enemigos cercanos, los amigos lejanos, la portería y a su imponente guardián. Vio el torcido rostro de un moreno alto, flacucho, de ojos café quemado que lo reflejaron. Poco a poco el tenue reflejo se fue extendiendo por la nariz, luego por la boca, las orejas, el torso, hasta que el reflejo dejó de ser un reflejo y se convirtió en un retrato de cuerpo completo. El retrato se propagó en el triste verde lleno de cansancio que tenía bajo sus pies y se convirtió en un vaivén de tierra seca. Las caras en las gradas se desvanecían como la paleta de colores de un pintor que ha sido revuelta, matices de piel por aquí, matices del verde de su camiseta por allá se difuminaban lentamente ante sus ojos y cuando el cuadro hubo formado la escena que se estaba garabateando, Rodrigo se miró de arriba hacia abajo. No cargaba con el peso de un uniforme tricolor, ni sabía de tacos último modelo, estaba con el pecho descubierto y bajo sus descalzos pies una botella cuya infortuniosa vida la había llenado de golpes. Miró a su alrededor y vio edificios desgastados, el calor de un sol bajo el desierto, todo le olía a pobreza y esperanza. Regresó su mirada a l gordinflón que las hacía de portero en medio de dos botes de basura.

- ¡Rápido, Rodrgio! ¡Chútala! ¡Vas solo, vas solo!

Le decía una voz familiar al ochoañero jugador, quien pateó la botella con todas las fuerzas que un niño podía tener después de haber jugado tres partidos. En cuanto su pie tocó la gastada botella los colores volvieron a confundírsele, la tierra infértil se tiñó de verde vida, los edificios tenían ojos, nariz, boca, corazones.

Minuto 40, 35 segundos, segundo tiempo.

Conforme el balón avanzaba con paso firme al centro de la portería, manos y pies quisieron detenerlo, los ojos de algunos se le clavaban como agujas esperando desviar su curso. Por una milésima de segundo el coliseo moderno dejó de respirar. El balón se detuvo.

- ¡El número 6 lo ha hecho otra vez! En una jugada que parecía casi imposible, desde un ángulo inverosímil, la vio, la sedujo, la hizo suya, la dejó ir y ¡Gooool!
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