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— Las Ciudades Invisibles
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Published:
2008-05-16 14:21:43 +0000 UTC
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Description
LAS CIUDADES INVISIBLES.
ITALO CALVINO
“Estamos acercándonos a un momento de crisis en la vida urbana y las ciudades invisibles son un sueño que nace del corazón de las ciudades invisibles”
Ítalo Calvino
Ocurre con las ciudades lo que en los sueños: todo lo imaginable puede ser soñado, pero hasta el sueño más inesperado es un acertijo que esconde un deseo, o bien su inversa, un temor. Las ciudades, como los sueños, están construidas de deseos y de temores, aunque el hilo de su discurrir sea secreto, sus normas absurdas, sus perspectivas engañosas, y cada cosa esconda otra.
-No tengo deseos ni temores –declaró el Jan- , y mis sueños los compone o la mente o el azar.
-También las ciudades creen que son obra de la mente o del azar, pero ni la una, ni el otro bastan para mantener en pie sus muros. De una ciudad no disfrutas las siete o las setenta y siete maravillas, si no la respuesta que te da a una pregunta tuya…
Las ciudades y los ojos. 4
Al llegar a Fílides te complaces en observar cuántos puentes distintos unos de otros cruzan los canales: convexos, cubiertos, sobre pilastras, sobre barcas, colgantes, con parapetos calados; cuántas variedades de ventanas se asoman a las calles: en ajimez, moriscas, lanceoladas, ojivales, coronadas por lunetas o por rosetones; cuantas clases de pavimentos cubren el suelo: guijarros, lastrones, grava, baldosas blancas y azules. En cada uno de sus puntos la ciudad ofrece sorpresas a la vista: una mata de alcaparras que asoma por encima de los muros de la fortaleza, las estatuas de tres reinas sobre una ménsula, una cú
ula en forma de cebolla con tres cebollitas enhebradas en la aguja. “Feliz quien tiene todos los días a Fílides delante de los ojos y no termina nunca de ver las cosas que contiene” exclamas, con la pesadumbre de tener que dejar la ciudad después de haberla rozado apenas con la mirada.
Puede ocurrir en cambio que te detengas en Fílides y pases allí el resto de tus días. Rá
idamente la ciudad se destiñe ante tus ojos, se borran los rosetones, las estatuas sobre las ménsulas, las cú
ulas. Como todos los habitantes de Fílides, sigues líneas en zigzag de una calle a otra, distingues zonas del sol y zonas de sombra, aquí una puerta, allí una escalera, un banco donde puedes apoyar el cesto, una cuneta donde el pie tropieza si no prestas atención. Todo el resto de la ciudad es invisible. Fílides es un espacio donde se dibujan recorridos entre puntos suspendidos en el vacío, el camino más corto para llegar al tenderete de aquel comerciante evitando la ventanilla de aquel acreedor. Tus pasos persiguen no lo que está fuera de los ojos, si no lo que está dentro, sepulto y borrado: si entre dos soportales uno sigue pareciéndote más alegre, es porque por el pasaba hace treinta años una muchacha de anchas mangas bordadas, o sólo porque recibe la luz a cierta hora, como aquel soportal que ya no recuerdas donde estaba.
Millones de ojos se alzan hasta ventanas puentes alcaparras y es como si recorrieran una página en blanco. Muchas son las ciudades como Fílides que se sustraen de las miradas, salvo si las atrapas por sorpresa.
El Gran Jan ya estaba hojeando en su atlas los mapas de las ciudades amenazadoras de las pesadillas y las maldiciones: Enoch, Babilonia, Yahoó, Butúa, Brave New World.
Dice: -Todo es inútil si el último fondeadero no puede sino ser la ciudad infernal, y donde, allí en el fondo, en una espiral cada vez más cerrada, nos sorbe la corriente.
Y Polo: -El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y que, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio.
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Oaxaca, Oaxaca, México
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