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La Araña de Carne
Y entonces lo vi, cabeceando como siempre y mirando absorto las estrellas con ésa sonrisa tan patética.
El montón de flores. Tenía que ser. A él siempre le gustó el lugar. ¿Pero qué pasa conmigo? ¿Acaso yo también estoy olvidándolo todo? Fue en ése tumulto donde lo vi por primera vez… sentado sobre las flores, con su guitarra en mano y los ojos cerrados. El mismo tumulto donde me dio su primer beso… que pensándolo bien también fue el mío. El mismo tumulto donde nos unimos en matrimonio.
No. No debo recordar. Ya no puedo llorar más. Quizá lo mejor sea olvidar.
Al acercarme ni siquiera notó mi presencia. Tenía una araña en el hombro. La maté. Antes él siempre mataba las arañas, ahora era mi turno. Lo tomé de las manos y se movió al más mínimo esfuerzo por llevarlo conmigo. “No es mortal, Adam vivirá” Me dijo el médico, ahora me doy cuenta de lo tonta que fui al creerle. Al alegrarme por sus palabras. Quizá no está muerto, pero definitivamente mi marido no vive.
La Ausencia… un nombre gentil para esto. Se dice que contraerlo es en extremo raro, que es más fácil ganar la lotería. “Uno en diecisiete millones” dijeron. Eso hace que la gente se tranquilice, pero también hace que nadie se preocupe por el “uno”. Todos son unos imbéciles. Incluso me sugirieron “terminar” con el dolor de Adam.
Se supone que no debo pensar en esto, que sólo debo enfocarme en mantenerlo seguro… pero ya no puedo retenerlo más…pensaré en esto hasta hartarme, moriré pensándolo si me viene en gana.
Las lágrimas vuelven mientras recuerdo, pero eso ya no puede seguir siendo así. Odio ser tan débil.
Comienzo a repetir los hechos en mi cabeza mientras camino de la mano con mi amado esposo, el esposo que no me nota.
El primer síntoma fue la pérdida de sensibilidad en la piel, hasta el punto en el que poner las manos sobre metal “al rojo vivo” apenas si causaría un cosquilleo.
Pero Adam siempre fue precavido. Sólo tuvo tres percances menores. Y yo siempre he sido buena con el botiquín.
A eso le sigue una enorme capacidad creativa; aquellos que lo vivían aseguraban que miles de abejas zumbaban en sus cabezas con cerebros del tamaño de una toronja, aplastándose contra su cráneo… ni siquiera sé exactamente qué significa eso.
Para algunos eso se traducía en obras de arte magníficas, para otros, en invenciones por completo extraordinarias. La música que Adam compuso cuando se encontraba en ésta etapa todavía llega a pasar en los especiales de “las favoritas de todos los tiempos”.
Pero la mayoría decía que lo que se fabricaba entre sus oídos era demasiado para el resto de la salvaje humanidad, que ellos lo usarían para acciones de mal, así que entraban en aislamiento.
Eran precisamente éstos últimos los que experimentaban la tercera etapa de la incurable infección más rápidamente. La etapa de la ausencia. La etapa que me robó a mi esposo.
Las palabras del desgraciado de mi hermano volvieron a mí. Esas palabras que me corroen por dentro y me desgarran el alma.
“Durante la fase de ausencia, las personas olvidan por completo su capacidad.de relación humana, el idioma y las reacciones ante circunstancias externas e internas desaparecen. Incluso algunos olvidan sus funciones básicas de supervivencia. Se convierten en algo parecido a vegetales andantes. Ten piedad de Adam y mátalo”.
Matarlo… Mi hermano ¡mi propio hermano! El día que me dijo eso fue la última vez que le dirigí la palabra.
Basta. Mis ojos me arden. Definitivamente debo olvidar.
Lo guié en medio de la noche por el camino del campo. Observando las luciérnagas y escuchando la canción de la noche, una orquesta inigualable que se componía por ranas, grillos y la corriente del río. Pasamos sobre el pequeño puente que no medía más de un metro de largo. El puente que a Adam tanto le gustaba.
El clima; su favorito: viento suave, estrellas brillantes y luna llena. Más lágrimas. Toda la maldita naturaleza me tortura.
La cabaña comenzó a aparecer lentamente sobre el monte. Como un oasis para mis desérticas memorias.
Al llegar abrí lentamente la puerta. Todo estaba tranquilo, el aire habitaba ligero en medio de la oscuridad. No se veía nada.
No puedo decir que me dé medio la oscuridad, pero al tiempo que Adam cayó en la tercera etapa mi seguridad también se desvaneció. Encendí la luz lo más rápido que pude. Había una araña junto al interruptor. La maté sin dejar de pensar en lo raro de su apariencia, tenía un color rojo fuego y unos ojos azules como piedras preciosas. En otro tiempo habría corrido de miedo a decirle a mi marido que la matara. Pero él no estaba ahora.
Metí a Adam hasta nuestro cuarto y lo encerré antes de regresar a cerrar la puerta de entrada. No puedo permitir que escape de nuevo mientras no lo veo. Siempre hace eso. No se mueve mientras lo miro, o cuando lo toco, ni siquiera responde ya a mis besos ni caricias, no come ni bebe si yo no lo alimento y sin embargo, cuando me volteo, desaparece… y lo encuentro en algún lugar de su ahora vieja vida.
Al cerrar la puerta principal, volví al cuarto, lo abrí y me dirigí a la cocina para preparar la cena.
Me detuve un segundo para verme en el espejo de la antesala. Estoy cansada, muy cansada, nadie reconocería que tengo 29 años. Aún recuerdo mi bien cuidada y hermosa cabellera negra. Todos elogiaban mi pelo… ahora parece una enorme pelusa gigante. Mis ojos azules están rojos de tanto llanto… Mejor sigo mi camino a la cocina.
Adam siempre volteaba la cabeza hacia arriba al entrar en la cocina. Decía que una vez a un amigo suyo le calló una serpiente del techo… sinceramente nunca le creí ¿cómo se iba a sujetar una serpiente del techo? Pero aún así yo también volteaba para complacerlo. Como lo extraño… te extraño Adam.
Volteé mi cabeza hacia arriba.
Fue entonces cuando la vi. Grité. La enorme araña (si a esa cosa se le puede llamar araña) ocupaba 50 centímetros en el techo de troncos con las patas extendidas.
Esa cosa no era natural. No tenía exoesqueleto, en lugar de eso estaba completamente cubierta por una delgada y horrible piel amarilla, tan pálida que parecía blanco. Algo así como la piel de los gatos egipcios. Las 8 patas parecían brazos contorsionados, se notaba el hueso debajo de la piel. Al final de las extremidades había algo parecido a las manos humanas, tenía incluso pulgares.
Ocho enormes ojos negros me observaban con atención, cada uno tenía un punto blanco en el centro, como si fuera su pupila. Yo sólo seguía gritando.
Pero lo más aterrador fue la boca… esa boca con dos pares de flexibles colmillos agudos que sobresalían de una “dentadura” que poseía barras blancas completamente planas y uniformes en lugar de dientes.
Paré de gritar. Durante un momento sólo contemplé a la criatura horrorizada. Pero entonces escuché que dijo algo, no, no podía ser, las arañas no hablan… pero eso no era una araña.
-¿Qué dices?- Me escuché preguntar con voz temblorosa. Incrédula.
-Dime tu nombre- La voz de la criatura era grave, muy grave. Gutural.
-¿Para qué lo quieres saber?- No entendía nada… pero algo me dijo que no confiara en una criatura extraña y horrible que tuviera la voz más aterradora que jamás haya escuchado.
La “araña” entonces comenzó a decir palabras sin sentido y luego comenzó a balbucear, hizo movimientos erráticos de algo parecido a una lengua sobre las barras lisas y blancas de su boca. Cada vez alzaba más la voz grave.
Mi cabeza me comenzó a doler.
El sonido de los balbuceos me espantaba como nada lo había hecho en toda mi vida. Le grité que parara, pero todo mi esfuerzo era vano, cada vez sonaba más fuerte el sonido. Comencé a perder el sentido. No debía decirle mi nombre… no debía…
-¡Clarice!- Tuve ganas de morir en ése instante. -¡Mi nombre es Clarice!
La araña detuvo su horrible sonido. El alivió que sentí fue casi palpable. Se dejó caer del techo y abrió la boca. La abrió de una forma que parecía físicamente imposible, alargándola hasta ocupar un espacio similar al de un melón grande. Comenzó a caminar hacia mí.
Volví a gritar, sabía que debía moverme, lo intenté con fuerza. No pude. Era como si la gravedad en ése lugar me apresara. Lloré con desesperación.
Entonces sentí una presencia detrás de mi espalda. Una mano en mi hombro. Volví la cabeza. Era Adam. Era mi amado Adam. Le sonreí, segura. Él siempre mata las arañas.