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Espejo, cap. 77

En la Tierra...

-Oh Dios mío. Hacía tiempo que no veía tantas calorías en un mismo sitio –empezó Donna, al abrir los armarios de la cocina-. Mira todo este chocolate, todas las galletas y toda la comida precocinada… No me extraña que te hayas puesto así.
La mujer cogió una bolsa de basura y, cogiendo la comida casi con asco, empezó a tirarla ante la mirada atónita de Fionna. Intentó pararla, mas la ex-modelo no estaba dispuesta a dejar que su hija descuidara su aspecto por una tontería como la gula.
-Ni hablar, todo esto es veneno para tu delgadez –replicó a las suplicas de la ex-animadora, con tono convencido-.
-Pero… -intentó protestar, como una niña pequeña-.
-Nada de peros. Te vas a poner a dieta ya –concluyó, poniendo el último producto en la bolsa-. Vamos a tirar esto. No quiero tentaciones.
-¿No es mejor dárselo a alguien que lo necesite? –preguntó la adolescente, resignada a perder todos esos dulces-.
-Supongo –contestó, indiferente, mientras revisaba en la nevera que había escapado al filtrado-. He estado demasiado tiempo fuera de casa, lo sé, pero no entiendo cómo puede ser que apenas tengas verdura. Siempre has cuidado mucho tu alimentación –le comentó, confundida-.
Fionna tragó saliva, si la acorralaba un poco más pensaría que le pasaba algo, aunque probablemente ya lo creía. Miró al suelo, incapaz de sostenerle la mirada sin que contara la verdad. La madre malinterpretó el gesto de repentino interés a las baldosas, y ella también se fijó.
-¿Y Cake? -preguntó-. Normalmente a estas horas ya está pidiendo comida.
-¡Cake! ¡Es verdad! –se acordó la adolescente de pronto-. Como me pilló la policía le pedí a PG que la recogiera por esa noche. Creo que debería ir a buscarla ya –dejó caer, intentando buscar una forma de escaparse-. Sí, debería ir a buscarla ahora mismo –empezó a caminar hacia la puerta, con una sonrisa-.
-Fionna, te conozco –dijo Donna, consiguiendo pararla-. No te vas de aquí hasta que no hayas comido, no sea que por “casualidad” tu novio te invite a comer y te saltes la dieta.
Por un segundo la ex-animadora se quedó confusa ante la palabra “novio”, pero cuando se dio cuenta de que la mujer suponía que seguía siendo la pareja de Patrick, no sabía si objetar y explicarle que habían cortado sería una buena idea. Así que no lo comentó. Se volvió a girar y con la cabeza baja preguntó si necesitaba ayuda en la cocina. La madre rio, sacó su teléfono móvil y dijo:
-Voy a llamar a mi chef privado.

-¡Gumball! –gritó Fionna, al entrar en la habitación del chico, sobresaltándolo-. Dime que… ¡Oh! –se interrumpió a ella misma-. ¡Cake! –exclamó, tirándose al suelo hasta quedar cara a cara con ella-. Cake, ha pasado algo horrible. Han tirado toda la comida buena que teníamos –la cola de la gata se estufó al oírlo, y Patrick las miraba pasmado, sin saber qué hacer ante esa situación-, incluso el helado y las pizzas –remarcó la humana, causando que su mascota bajara las orejas y negara con la cabeza, claramente horrorizada-. Creo que vas a tener que comer comida de gato de nuevo.
-Buenos días, Fionna –dijo él para llamar la atención de su amiga-. ¿Sabes que me debes una explicación?
La adolescente esbozó una sonrisa de disculpa mientras se levantaba con Cake en brazos y se sentaba en la cama.
-Antes tienes que decirme algo… -el quarterback asintió, después de suspirar- ¿Tienes comida de verdad? ¿Como pastelitos o chucherías?
Aquella pregunta lo descolocó un poco, pero asintió de nuevo, sacando un suspiro de alivio a la chica.
-¿No has comido? –preguntó Patrick, preocupado-.
-No exactamente; te lo explico cuando mi estómago no me suplique comer algo.
El chico cogió una campanilla que tenía en la mesilla de noche y la hizo ringar suavemente. La rubia sonrió y le pidió inocentemente si ella también podía tocarla. Gumball se la tendió y ella la agitó con todas sus fuerzas, riendo.
-¡Fionna! –exclamó él, quitándosela de las manos al tiempo que Peppermint Maid irrumpía en la habitación-.
-¿Qué ocurre, señor? –preguntó, visiblemente alterada-.
-¿Queda algún pastelito para Fionna? –inquirió, después de dejar de nuevo la campanilla en su sitio-.
-Que sea un pastel –añadió la mencionada, con una sonrisa-.
-¿Un trozo? –quiso esclarecer la sirvienta-.
-No, uno entero –dijo la rubia-.
-¿Entero? –repitieron Gumball y Peppermint a la vez-.
-Ahá.
-Como usted diga, señorita… -dijo antes de irse-.
A Patrick apenas le dio tiempo de mirarla extrañado cuando Marshall Lee se asomó por la puerta. Murmuró el nombre de la chica cuando la vio, sin poder evitar que se le iluminase la mirada. La rubia saltó fuera de la cama y fue a abrazarlo, con una sonrisa.
-Marshall… ¿Me perdonas por haberte tenido que echar de casa? –preguntó, mirándolo a los ojos y haciendo algo de pucherito-. No quería…
-Siempre que tengas una explicación, sí –la interrumpió, aun sabiendo que la perdonaría de todas formas si no la tuviera-.
La chica volvió a sentarse en la cama, con una sonrisa.
-¿Por dónde empiezo?
-¿Quizás por la razón por la que la policía te arrestara? –sugirió Patrick, algo cansado de que lo ignorara todo el rato-.
-Sí, será mejor que empiece por ahí –admitió la humana-.

Los chicos escucharon la historia mientras Fionna se comía el pastel a bocados.
-Y mi madre lo primero que dijo al verme fue: “¡Qué gorda te has puesto!” y me ha obligado a ponerme a dieta –contó, con la boca medio llena y las mejillas sucias de chocolate-. ¡¿Tú lo crees normal?! No estoy gorda, necesito alimentarme. ¿Cómo voy a pegarle una paliza a gente mala si no como más que dos hojas de lechuga con una zanahoria y una salsa rara?
A Marshall casi se le escapa la risa por la ironía de la situación. Patrick, en cambio, la miró más detenidamente y pensó en voz alta:
-Pues en realidad sí has engordado –la rubia lo fulminó con la mirada-. Pero te sienta bien, antes estabas demasiado delgada –consiguió arreglar-.
-En todo caso, no creo que mi madre deje que te quedes en casa, así que tendremos que esperar a que se vaya –le dijo, resignada, al chico de pelo negro-.
-Espera, ¿pretendes que deje que Marshall se quede en mi casa hasta que tu madre se vaya? –preguntó Gumball, incrédulo, antes de que el aludido pudiera contestar-.
-Pues… sí –respondió ella-.
-¡No me lo puedo creer! –exclamó, llevándose las manos a la cabeza-. Ni hablar. No se puede quedar aquí.
-A ver, dime una razón por la que quieras echarlo de casa –replicó Fionna, seria-.
Marshall lo miró con intenso interés, con una media sonrisa. El quarterback tartamudeó un par de veces, tratando de encontrar una respuesta suficiente. Pero no podía decirla delante de él, así que bajó la cabeza y enmudeció. La rubia sonrió triunfal, había sido fácil.
-Bueno, Marsh, ¿me enseñas tu habitación? Supongo que tendremos que continuar las clases de bajo ahí –dijo al levantarse de la cama-.
-Claro, pero antes… -la chica volvió a girarse a él- …tienes chocolate en la cara –acabó con una sonrisa-.
Fionna se limpió con el antebrazo, dejando toda feminidad de lado, y le devolvió la sonrisa. Pero antes de que cruzara el umbral del dormitorio, Gumball habló.
-¿Y las clases de repaso? –la rubia se giró y se encogió de hombros-. Yo lo digo por ti, si suspendes dos no podrás ir al baile, como ya sabes. Y siempre puedes hacer un intensivo con Marshall después de los exámenes finales.
La chica sopesó las opciones y, aunque tenía muchas ganas de quedarse un rato a solas con su profesor de bajo, tenía mucha curiosidad por ver como serían los bailes ahí, y vio en la mirada del otro chico que quería comentarle algo importante. Le dijo al bajista que Patrick tenía razón y, aunque él se mostró algo decepcionado, entendió que para ella la fiesta de final de curso debía ser razón de peso suficiente como para dejarlo solo de nuevo. Así que se retiró a su habitación, con el silencio esperando a ser transformado en melodías que surgían espontáneamente del instrumento y de la mente del chico.

Con la puerta cerrada, la rubia se sentó en el escritorio.
-Entonces, ¿por qué no quieres que Marsh viva aquí? –preguntó, acertando de lleno en lo que quería contarle-.
-Fionna, ya tengo suficiente con fingir en el instituto –empezó, angustiado-. Ahora encima tengo que vigilar que Marshall no descubra ninguno de mis hobbies, como la ciencia o cocinar pasteles, en mi propia casa.
-Pues no finjas. Pero no puedes echarle sin decirle el por qué y, una vez se lo digas, ¿qué más da? -las palabras de la chica lo acallaron-. PG, Marshall fue tu amigo una vez, lo volverá a ser si le das la oportunidad.
-No lo entiendes… –explicó, visiblemente afectado-.
-Patrick… -ella suspiró-. Al menos no seas rudo con él. Debe ser muy incómodo vivir con alguien que se comporta como un extraño. Dime que lo intentarás, al menos.
-Vale, lo intentaré –dijo, sin estar convencido-. A ver, ¿qué te apetece estudiar hoy? –preguntó, dispuesto a cambiar de tema-.
-¿Podemos continuar con las guerras?

Acabaron antes de lo previsto con historia, y es que Fionna le ponía todo su interés y conseguía captarlo a la primera. Su profesor estaba convencido de que aprobaría esa asignatura sin problemas. Quería aprovechar para empezar a repasar literatura, pero no tenían los libros de su curso a mano, habían podido estudiar las batallas por internet. Así que la rubia le propuso jugar a videojuegos. El chico aceptó, y la humana salió corriendo de la habitación a buscar a su amigo. Convenció a Marshall para que jugara con ellos, aun a pesar que supo que había sido idea de la rubia al ver la mirada que Patrick le dedicaba al verle entrar en su dormitorio. Preparó la consola, sabiendo que su ex-novia se enfadaría con él si no le dejaba quedarse ahí. Decidió ignorarlo y puso un videojuego de lucha, de los preferidos de Fionna. La chica y el propietario hicieron la primera ronda. El chico de pelo negro al principio tan solo miró la habitación; la cama medio desecha, el último trozo de pastel que se había quedado solitario en medio del plato, la campanilla tan distintamente clásica, la montaña de videojuegos levemente desordenada al haber sacado uno de ellos… Se aburrió enseguida, y miró a Fionna. Estaba adorable, mordiéndose el labio por la concentración y sacando exclamaciones de felicidad cada vez que conseguía atestarle un golpe a su amigo en el juego. La voz anonada de la chica acabó con el duermevela, preguntando en alto cómo Gumball había podido ganar. Marshall se puso en el cojín donde había estado antes la chica, aún caliente, y cogió el mando. Compartió una mirada competitiva con su antiguo amigo antes de pulsar el “play”. Casi no puso esfuerzo al principio, pero al ver que Patrick empezaba a regodearse de su victoria antes de tiempo, quiso darle una lección. Con la guardia baja, PG no pudo parar el combo que su rival le atestó. El quarterback se quedó asombrado, le había ganado en menos de un minuto.
-¡Chúpate esa! ¡¿Quién es el rey ahora?! –exclamó Marshall triunfal, dejándose caer hacia atrás-.
No contaba con que Fionna estaba casi detrás suyo, y se quedó apoyando su cabeza en el hombro izquierdo de la chica. Se sonrieron al instante que se cruzaron sus miradas, y Gumball casi no podía creer que no estuvieran saliendo ya.
-¿No crees que merezco un premio? –preguntó el chico de pelo negro-.
-Claro que sí, rey –Marshall se sonrojó un poco al oírla llamarlo así-. ¿Qué quieres?
-Un beso –contestó, más en serio de lo que le gustaría. La rubia se ruborizó vivamente, sacándole una carcajada al ganador-. Tranquila, era coña; ¿llegas al pastel?
La chica rio un poco, nerviosa aún por la broma. La verdad es que apenas moviéndose un poco más hacia él sus labios ya se hubieran rozado. Se estiró al máximo, alcanzando por poco el plato que sostenía el dulce, sin cambiar de posición, por tanto, sin tener que apartar al bajista. Rompió un trozo con los dedos y se lo sirvió como se ofrecían las uvas en la antigüedad.
-Está muy bueno, ¿dónde lo compras? –le preguntó a Patrick-.
-No es comprado –contestó Fionna, consiguiendo que PG le fulminara con la mirada-.
-Pues Peppermint Maid cocina muy bien –concluyó el chico, dando por hecho que fue la sirvienta quien lo hizo-.
-Oye, Marshall, esto no queda así, quiero la revancha –aprovechó Gumball para cambiar de tema antes de que la rubia le dijera la verdad-.
-Como quieras; pero vas a perder, principito –dijo, volviendo a la postura de juego-.

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En la Tierra...

-Oh Dios mío. Hacía tiempo que no veía tantas calorías en un mismo sitio –empezó Donna, al abrir los armarios de la cocina-. Mira todo este chocolate, todas las galletas y toda la comida precocinada… No me extraña que te hayas puesto así.
La mujer cogió una bolsa de basura y, cogiendo la comida casi con asco, empezó a tirarla ante la mirada atónita de Fionna. Intentó pararla, mas la ex-modelo no estaba dispuesta a dejar que su hija descuidara su aspecto por una tontería como la gula.
-Ni hablar, todo esto es veneno para tu delgadez –replicó a las suplicas de la ex-animadora, con tono convencido-.
-Pero… -intentó protestar, como una niña pequeña-.
-Nada de peros. Te vas a poner a dieta ya –concluyó, poniendo el último producto en la bolsa-. Vamos a tirar esto. No quiero tentaciones.
-¿No es mejor dárselo a alguien que lo necesite? –preguntó la adolescente, resignada a perder todos esos dulces-.
-Supongo –contestó, indiferente, mientras revisaba en la nevera que había escapado al filtrado-. He estado demasiado tiempo fuera de casa, lo sé, pero no entiendo cómo puede ser que apenas tengas verdura. Siempre has cuidado mucho tu alimentación –le comentó, confundida-.
Fionna tragó saliva, si la acorralaba un poco más pensaría que le pasaba algo, aunque probablemente ya lo creía. Miró al suelo, incapaz de sostenerle la mirada sin que contara la verdad. La madre malinterpretó el gesto de repentino interés a las baldosas, y ella también se fijó.
-¿Y Cake? -preguntó-. Normalmente a estas horas ya está pidiendo comida.
-¡Cake! ¡Es verdad! –se acordó la adolescente de pronto-. Como me pilló la policía le pedí a PG que la recogiera por esa noche. Creo que debería ir a buscarla ya –dejó caer, intentando buscar una forma de escaparse-. Sí, debería ir a buscarla ahora mismo –empezó a caminar hacia la puerta, con una sonrisa-.
-Fionna, te conozco –dijo Donna, consiguiendo pararla-. No te vas de aquí hasta que no hayas comido, no sea que por “casualidad” tu novio te invite a comer y te saltes la dieta.
Por un segundo la ex-animadora se quedó confusa ante la palabra “novio”, pero cuando se dio cuenta de que la mujer suponía que seguía siendo la pareja de Patrick, no sabía si objetar y explicarle que habían cortado sería una buena idea. Así que no lo comentó. Se volvió a girar y con la cabeza baja preguntó si necesitaba ayuda en la cocina. La madre rio, sacó su teléfono móvil y dijo:
-Voy a llamar a mi chef privado.

-¡Gumball! –gritó Fionna, al entrar en la habitación del chico, sobresaltándolo-. Dime que… ¡Oh! –se interrumpió a ella misma-. ¡Cake! –exclamó, tirándose al suelo hasta quedar cara a cara con ella-. Cake, ha pasado algo horrible. Han tirado toda la comida buena que teníamos –la cola de la gata se estufó al oírlo, y Patrick las miraba pasmado, sin saber qué hacer ante esa situación-, incluso el helado y las pizzas –remarcó la humana, causando que su mascota bajara las orejas y negara con la cabeza, claramente horrorizada-. Creo que vas a tener que comer comida de gato de nuevo.
-Buenos días, Fionna –dijo él para llamar la atención de su amiga-. ¿Sabes que me debes una explicación?
La adolescente esbozó una sonrisa de disculpa mientras se levantaba con Cake en brazos y se sentaba en la cama.
-Antes tienes que decirme algo… -el quarterback asintió, después de suspirar- ¿Tienes comida de verdad? ¿Como pastelitos o chucherías?
Aquella pregunta lo descolocó un poco, pero asintió de nuevo, sacando un suspiro de alivio a la chica.
-¿No has comido? –preguntó Patrick, preocupado-.
-No exactamente; te lo explico cuando mi estómago no me suplique comer algo.
El chico cogió una campanilla que tenía en la mesilla de noche y la hizo ringar suavemente. La rubia sonrió y le pidió inocentemente si ella también podía tocarla. Gumball se la tendió y ella la agitó con todas sus fuerzas, riendo.
-¡Fionna! –exclamó él, quitándosela de las manos al tiempo que Peppermint Maid irrumpía en la habitación-.
-¿Qué ocurre, señor? –preguntó, visiblemente alterada-.
-¿Queda algún pastelito para Fionna? –inquirió, después de dejar de nuevo la campanilla en su sitio-.
-Que sea un pastel –añadió la mencionada, con una sonrisa-.
-¿Un trozo? –quiso esclarecer la sirvienta-.
-No, uno entero –dijo la rubia-.
-¿Entero? –repitieron Gumball y Peppermint a la vez-.
-Ahá.
-Como usted diga, señorita… -dijo antes de irse-.
A Patrick apenas le dio tiempo de mirarla extrañado cuando Marshall Lee se asomó por la puerta. Murmuró el nombre de la chica cuando la vio, sin poder evitar que se le iluminase la mirada. La rubia saltó fuera de la cama y fue a abrazarlo, con una sonrisa.
-Marshall… ¿Me perdonas por haberte tenido que echar de casa? –preguntó, mirándolo a los ojos y haciendo algo de pucherito-. No quería…
-Siempre que tengas una explicación, sí –la interrumpió, aun sabiendo que la perdonaría de todas formas si no la tuviera-.
La chica volvió a sentarse en la cama, con una sonrisa.
-¿Por dónde empiezo?
-¿Quizás por la razón por la que la policía te arrestara? –sugirió Patrick, algo cansado de que lo ignorara todo el rato-.
-Sí, será mejor que empiece por ahí –admitió la humana-.

Los chicos escucharon la historia mientras Fionna se comía el pastel a bocados.
-Y mi madre lo primero que dijo al verme fue: “¡Qué gorda te has puesto!” y me ha obligado a ponerme a dieta –contó, con la boca medio llena y las mejillas sucias de chocolate-. ¡¿Tú lo crees normal?! No estoy gorda, necesito alimentarme. ¿Cómo voy a pegarle una paliza a gente mala si no como más que dos hojas de lechuga con una zanahoria y una salsa rara?
A Marshall casi se le escapa la risa por la ironía de la situación. Patrick, en cambio, la miró más detenidamente y pensó en voz alta:
-Pues en realidad sí has engordado –la rubia lo fulminó con la mirada-. Pero te sienta bien, antes estabas demasiado delgada –consiguió arreglar-.
-En todo caso, no creo que mi madre deje que te quedes en casa, así que tendremos que esperar a que se vaya –le dijo, resignada, al chico de pelo negro-.
-Espera, ¿pretendes que deje que Marshall se quede en mi casa hasta que tu madre se vaya? –preguntó Gumball, incrédulo, antes de que el aludido pudiera contestar-.
-Pues… sí –respondió ella-.
-¡No me lo puedo creer! –exclamó, llevándose las manos a la cabeza-. Ni hablar. No se puede quedar aquí.
-A ver, dime una razón por la que quieras echarlo de casa –replicó Fionna, seria-.
Marshall lo miró con intenso interés, con una media sonrisa. El quarterback tartamudeó un par de veces, tratando de encontrar una respuesta suficiente. Pero no podía decirla delante de él, así que bajó la cabeza y enmudeció. La rubia sonrió triunfal, había sido fácil.
-Bueno, Marsh, ¿me enseñas tu habitación? Supongo que tendremos que continuar las clases de bajo ahí –dijo al levantarse de la cama-.
-Claro, pero antes… -la chica volvió a girarse a él- …tienes chocolate en la cara –acabó con una sonrisa-.
Fionna se limpió con el antebrazo, dejando toda feminidad de lado, y le devolvió la sonrisa. Pero antes de que cruzara el umbral del dormitorio, Gumball habló.
-¿Y las clases de repaso? –la rubia se giró y se encogió de hombros-. Yo lo digo por ti, si suspendes dos no podrás ir al baile, como ya sabes. Y siempre puedes hacer un intensivo con Marshall después de los exámenes finales.
La chica sopesó las opciones y, aunque tenía muchas ganas de quedarse un rato a solas con su profesor de bajo, tenía mucha curiosidad por ver como serían los bailes ahí, y vio en la mirada del otro chico que quería comentarle algo importante. Le dijo al bajista que Patrick tenía razón y, aunque él se mostró algo decepcionado, entendió que para ella la fiesta de final de curso debía ser razón de peso suficiente como para dejarlo solo de nuevo. Así que se retiró a su habitación, con el silencio esperando a ser transformado en melodías que surgían espontáneamente del instrumento y de la mente del chico.

Con la puerta cerrada, la rubia se sentó en el escritorio.
-Entonces, ¿por qué no quieres que Marsh viva aquí? –preguntó, acertando de lleno en lo que quería contarle-.
-Fionna, ya tengo suficiente con fingir en el instituto –empezó, angustiado-. Ahora encima tengo que vigilar que Marshall no descubra ninguno de mis hobbies, como la ciencia o cocinar pasteles, en mi propia casa.
-Pues no finjas. Pero no puedes echarle sin decirle el por qué y, una vez se lo digas, ¿qué más da? -las palabras de la chica lo acallaron-. PG, Marshall fue tu amigo una vez, lo volverá a ser si le das la oportunidad.
-No lo entiendes… –explicó, visiblemente afectado-.
-Patrick… -ella suspiró-. Al menos no seas rudo con él. Debe ser muy incómodo vivir con alguien que se comporta como un extraño. Dime que lo intentarás, al menos.
-Vale, lo intentaré –dijo, sin estar convencido-. A ver, ¿qué te apetece estudiar hoy? –preguntó, dispuesto a cambiar de tema-.
-¿Podemos continuar con las guerras?

Acabaron antes de lo previsto con historia, y es que Fionna le ponía todo su interés y conseguía captarlo a la primera. Su profesor estaba convencido de que aprobaría esa asignatura sin problemas. Quería aprovechar para empezar a repasar literatura, pero no tenían los libros de su curso a mano, habían podido estudiar las batallas por internet. Así que la rubia le propuso jugar a videojuegos. El chico aceptó, y la humana salió corriendo de la habitación a buscar a su amigo. Convenció a Marshall para que jugara con ellos, aun a pesar que supo que había sido idea de la rubia al ver la mirada que Patrick le dedicaba al verle entrar en su dormitorio. Preparó la consola, sabiendo que su ex-novia se enfadaría con él si no le dejaba quedarse ahí. Decidió ignorarlo y puso un videojuego de lucha, de los preferidos de Fionna. La chica y el propietario hicieron la primera ronda. El chico de pelo negro al principio tan solo miró la habitación; la cama medio desecha, el último trozo de pastel que se había quedado solitario en medio del plato, la campanilla tan distintamente clásica, la montaña de videojuegos levemente desordenada al haber sacado uno de ellos… Se aburrió enseguida, y miró a Fionna. Estaba adorable, mordiéndose el labio por la concentración y sacando exclamaciones de felicidad cada vez que conseguía atestarle un golpe a su amigo en el juego. La voz anonada de la chica acabó con el duermevela, preguntando en alto cómo Gumball había podido ganar. Marshall se puso en el cojín donde había estado antes la chica, aún caliente, y cogió el mando. Compartió una mirada competitiva con su antiguo amigo antes de pulsar el “play”. Casi no puso esfuerzo al principio, pero al ver que Patrick empezaba a regodearse de su victoria antes de tiempo, quiso darle una lección. Con la guardia baja, PG no pudo parar el combo que su rival le atestó. El quarterback se quedó asombrado, le había ganado en menos de un minuto.
-¡Chúpate esa! ¡¿Quién es el rey ahora?! –exclamó Marshall triunfal, dejándose caer hacia atrás-.
No contaba con que Fionna estaba casi detrás suyo, y se quedó apoyando su cabeza en el hombro izquierdo de la chica. Se sonrieron al instante que se cruzaron sus miradas, y Gumball casi no podía creer que no estuvieran saliendo ya.
-¿No crees que merezco un premio? –preguntó el chico de pelo negro-.
-Claro que sí, rey –Marshall se sonrojó un poco al oírla llamarlo así-. ¿Qué quieres?
-Un beso –contestó, más en serio de lo que le gustaría. La rubia se ruborizó vivamente, sacándole una carcajada al ganador-. Tranquila, era coña; ¿llegas al pastel?
La chica rio un poco, nerviosa aún por la broma. La verdad es que apenas moviéndose un poco más hacia él sus labios ya se hubieran rozado. Se estiró al máximo, alcanzando por poco el plato que sostenía el dulce, sin cambiar de posición, por tanto, sin tener que apartar al bajista. Rompió un trozo con los dedos y se lo sirvió como se ofrecían las uvas en la antigüedad.
-Está muy bueno, ¿dónde lo compras? –le preguntó a Patrick-.
-No es comprado –contestó Fionna, consiguiendo que PG le fulminara con la mirada-.
-Pues Peppermint Maid cocina muy bien –concluyó el chico, dando por hecho que fue la sirvienta quien lo hizo-.
-Oye, Marshall, esto no queda así, quiero la revancha –aprovechó Gumball para cambiar de tema antes de que la rubia le dijera la verdad-.
-Como quieras; pero vas a perder, principito –dijo, volviendo a la postura de juego-.