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Happyano — Maestra Aqua
Published: 2011-08-26 20:53:25 +0000 UTC; Views: 158; Favourites: 0; Downloads: 3
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Description UNA MUERTE




-Qué pérdida tan terrible.

-¿Qué va a hacer ahora la pobre niña?

Aqua oía tras la puerta todos aquellos lúgubres lamentos, ocasionalmente interrumpidos por algún grito desconsolado o el succionar de los mocos, y no podía evitar arrugar la frente en señal de desagrado. Quería entrar a la sala, mirarlos a todos despectivamente y ordenar al melancólico violinista que tocara algo más agradable, pues eso era lo que hubiera querido su madre. Al igual que ella, no habría entendido aquel afán por intensificar los sentimientos negativos. Si la muerte no hubiera sido tan repentina, si hubiera podido preverla a tiempo, quizás hubiera ordenado a las cocineras que prepararan algo delicioso en lugar de aquellos huevos negros que hacían que afloraran las lágrimas más rápidamente de lo asquerosos que estaban. Habría sido una agradable velada llena de música y luces en la que su padre, posiblemente, hubiera sonreído y hasta hubiera bailado con ella.

Agudizó el oído tras la gruesa madera de la puerta, pues su nombre había sido mencionado por alguien. Por una voz que, a diferencia de las otras, no titubeaba ni se descomponía por el dolor.

-Me temo que Calisto no está preparado para esta situación. Siempre ha sido una persona muy sensible. Probablemente el dolor ni si quiera le haga darse cuenta de que tiene a una hija.

-La niña necesita más amor que nunca.

-Sí, es una pena que tenga que pasar por esto. Pero lo cierto es que no tiene porqué. Mi casa es muy grande, creo que yo podría darle lo que necesita.

Aqua escuchó todo eso con disgusto y preocupación. Si esa señora estaba dispuesta a acogerla en su casa, se prepararía para salir corriendo todo deprisa que le permitiese su incómoda vestimenta. De ninguna manera iba a dejar a su pobre padre a merced de la tristeza.

Se apartó de la puerta, pues ya no tenía ganas de oír más estupideces, y anduvo por el oscuro pasillo, que estaba tenuemente iluminado por unas fantasmagóricas esferas de luz. Toda la decoración corría a cargo de la hermana de su padre, y era evidente que nunca conoció o quiso conocer a su madre. Llegó a su cuarto y se tiró boca abajo a la cama, sintiendo la frialdad de las mantas. Los peluches a su alrededor la observaban con sendas sonrisas. Eran los únicos que conservaban el buen humor. Abrazó fuertemente a uno de ellos hasta que unos pasos en el pasillo la alertaron y se incorporó rápidamente. No quería que nadie se diera cuenta de que todavía dormía con peluches.

Un hombre entró de repente a la habitación iluminada por la luz del crepúsculo. Era alto, de unos cincuenta años, y vestía de negro como todos los demás, pero en sus ojos se advertía una serenidad que le permitía anteponerse a sus sentimientos; por esa razón no estaban llorosos ni enrojecidos. Se acercó lentamente a la cama y acarició suavemente el cabello de Aqua, lo cual hizo enfurecer un poco a la niña, ya que solo su madre solía tocarle el cabello.

-Encantado de conocerle, señorita Aqua –dijo con solemnidad-. Es una pena que sea en esta situación, pero por eso es necesario que le recuerde algo en estos duros momentos.

-¿Qué? –Inquirió con cierto fastidio la niña. No le gustaba que gente desconocida viniera y le diera lecciones de vida.

-Los seres que queremos nunca nos abandonan por completo.

Una vez dijo eso, sacó de su bolsillo un relicario de plata y se lo tendió a la niña en las manos. Con cierta dificultad lo abrió ante la atenta mirada del individuo. Tenía una imagen de su madre. Aqua se sorprendió y la observó más detenidamente; nunca había visto a su madre tan joven, debía tener unos veinte años, pero a pesar de eso, su expresión calmada y sobria permanecía imperturbable. Aqua, que nunca había visto una pintura tan perfecta, pensó que en cualquier oiría de nuevo la voz suave de su madre.

-Es una pintura muy realista –observó Aqua con asombro.

-No es una pintura, sino una fotografía –contestó el hombre, pero de repente se calló; cuando vio que Aqua seguía con la misma expresión de desconcierto, cambió rápidamente de tema-. Hace años que conocí a tu madre. Esto es lo único que conservo de ella. Puedes quedártelo.

Aqua lo metió rápidamente en su bolsillo antes de darle las gracias.

-Una mujer extraordinaria, diría yo –continuó el hombre-. Sus ojos tenían una luminosidad especial que denotaban inteligencia. Pero eso es algo que sabía esconder muy bien, pues no era una mujer modesta; no alardeaba de su logros e incluso en alguna ocasión se expuso a ser odiada inmerecidamente solo para ayudar a la gente –el hombre paró al ver que Aqua pestañeaba varias veces seguidas, haciendo un esfuerzo por asimilar todo lo que había dicho; por alguna razón, estaba sorprendida de que aquel señor supiera tantas cosas de su madre-. Sabes, Aqua, que a veces la gente prefiere vivir una mentira con tal de ganarse el favor del resto. Gianira siempre fue fiel a la verdad, porque pensaba que toda persona es merecedora de ella. Sabía como luchar contra la tentación de engañarse a sí misma. Un raro don, en mi humilde opinión.

-Y tampoco hubiera querido que todo esto fuera tan triste. Creo que ella querría vernos felices. –apuntó Aqua.

-Ciertamente –concordó el hombre-. Es algo que pone de manifiesto una vez más su carácter altruista.

-Sí, además hubiera sido fantástico, porque ella tiene un excelente gusto musical.

-Aunque dudo de que el resto estuviera tan dispuesto como tu a mostrar felicidad.

-Tradiciones, tradiciones. Su melancolía se contagia. –se quejó Aqua.

-Es una muestra de respeto hacia los que han muerto, Aqua –explicó el hombre.

-Eso es algo que no comprendo –replicó la niña-. Yo sigo pensando que si en vida mi madre odiaba los vestidos negros y los pañuelos repletos de mucosidades, no le están haciendo ningún favor con esto. Más bien están satisfaciendo su necesidad de sentir tristeza.

-No creo que a la gente le de gusto sentirse tan desagradable –rió el hombre-. Hay algo encantador en una cabecita loca como la tuya.

-¿Se está burlando de mi, señor? –repuso, divertida, Aqua.

-No, de ninguna manera. Yo le tengo mucho respeto, señorita.

-¿Puedo preguntar cómo se llama? –preguntó la niña.

-Mi nombre es Eraqus –respondió.

-¿Es extranjero? –Se sorprendió Aqua-. ¿Es un nombre propio de las tierras de Nuouva Gallicea?

El hombre no dijo nada, solo sonrió, reticente a revelar su paradero.

-Se encuentra en Hispánica Norte –insistió Aqua, más para mostrar sus conocimientos de geografía, pues no había tenido en cuenta el hecho de que el hombre probablemente sabría el nombre de lugar de origen.

-Más lejos –dijo solamente.

El hombre se levantó de la cama para y se dispuso a despedirse, anunciando que daría sus condolencias a su padre, para disgusto de Aqua; su opinión sobre Eraqus se había trastocado completamente después de que le diera el relicario y ahora solo quería que se quedara para continuar la conversación. La chica se levantó también para despedir a la única presencia agradable de la casa, pues le habían enseñado que una niña de su edad no debía interferir en los asuntos de los mayores. Y justo cuando Eraqus estaba en el umbral de la puerta y ella estaba pensando en volver a desplomarse sobre el colchón y desear que el día acabara lo antes posible, el hombre decidió dirigirse a ella una vez más, pronunciando unas palabras que hicieron esfumar todo su cansancio en segundos.

-Me resulta extraño que todavía nadie la haya visto derrumbarse, señorita Aqua. Supongo que ha heredado la fortaleza de su madre. Si no es esa la razón, si es que todavía está demasiado impactada como para sentir tristeza, le recomiendo que llore, descargue todo el dolor que carga. Pero no deje que ninguna de las señoras de abajo le vean llorar.

Y dicho eso, se colocó su sombrero y se marchó. Aqua se quedó un rato mirando el lugar dónde había estado Eraqus, pensando que nunca había visto a un hombre tan extraño. Aunque sus formas eran las comunes (se había dirigido hacia ella correctamente, pero sin caer en la fría ceremoniosidad del resto), sabía que había algo en él que lo diferenciaba del resto. Quizás eran sus ojos, más rasgados de lo común y que parecían contener una gran sabiduría y prudencia. Sé quedó reflexionando sobre él hasta que que anocheció y todos los familiares y amigos de su madre abandonaron la mansión., preguntándose qué tipo de relación habrían tenido su madre y él, pues su descripción era completamente apasionada y contenía aspectos de la personalidad de su madre de los que ni si quiera su padre había sido consciente.

Justo cuando pensaba que se sentía orgullosa de su fortaleza al no haber llorado durante todo el día, comenzó a tomar consciencia de que su madre no vendría aquella noche para arroparle. Se puso a contar cabritillos saltarines, pero estos ya no le hacían dormitar. El rostro sonriente y dulce de su madre aparecía cada vez que cerraba los ojos, y cuando los abría veía ese lado de la cama donde antes solía sentarse para contarle unas emocionantes historias de aventuras.

Los días sucesivos fueron mucho peores de lo que se había imaginado; cada vez que caminaba por los rincones de la mansión revivía recuerdos del pasado: en la biblioteca, dónde solían dramatizar algunos textos, lo cual a ella le encantaba, porque siempre podía escoger un papel masculino; en el jardín, dónde una vez, embarrada de la cabeza a los pies, se había movido sigilosa para evitar encontrarse con las sirvientas, pero en lugar de eso se acabó topándose con su madre, quien no solo no la regañó, sino que decidió tirarse al barro con ella. La felicidad que hacía años le habían proporcionado se había convertido ahora en un terrible dolor. Y a la más mínima afloraban de nuevo las lágrimas y ella tenía que esconderse en una habitación para que no le vieran las sirvientas ni su padre. Este estaba todavía en peor estado que ella; a menudo iba a casas amigas, y cuando volvía apenas tenía más que unas breves palabras y una sonrisa fingida hacia ella, para poco después encerrarse en su habitación, acostarse en su fría cama de matrimonio y llorar hasta que no le quedaran lágrimas. A pesar de que quería mucho a su hija, y que este sentimiento era correspondido, tan sumido estaba en su propio dolor que no podía prestarle atención. Aqua, que cada vez que oía sus llantos desde la habitación contigua, sentía una gran lástima, pues una vez su madre la regañó por aprovecharse del carácter débil de su padre, y ahora sentía la necesidad de enmendar algunos de sus errores. Acabó tomándose aquello realmente en serio, no solo por volver a ver feliz a su padre, sino porque pensaba que era lo que su madre hubiera querido.

Una tarde se atrevió a entrar a la habitación de su padre, sintiéndose aliviada cuando vio que no se estaba descomponiendo en llantos. El hombre dirigió su mirada desangelada hacia ella y la invitó a sentarse en el borde de la cama.

-Papá, se me ha ocurrido una cosa.

-¿Qué se te ha pasado por la cabeza, cariño? –preguntó.

-Podríamos ir al campo, cómo hacíamos antes.

Su padre sonrió, mordiéndose el labio, pero no tardó en sucumbir a la tristeza.

-No, no me refiero a ir como… antes –se apresuró a explicar Aqua. Siempre que podían, su madre, su padre y ella solían disfrutar de la naturaleza y alojarse en la campiña de algunos amigos. Pero ella tenía una idea muy distinta -. Podríamos ir de pesca, tú y yo –concluyó.

-¿Ir de pesca? –Preguntó su padre después de emitir una triste risotada-. Eso es un deporte de chicos.

-Bueno, no creo que sea muy peligroso.

-Tu siempre fuiste tan intrépida como tu madre –dijo limpiándose las lágrimas. Cogió un pañuelo y se sonó ruidosamente-. Pero creo que te he encontrado un lugar bonito para pasar unos días.

-¿Cómo? –Inquirió atónita la muchacha.

-La señora Olive no tiene ningún inconveniente en que te quedes con ella unos días en su casa –explicó-. Le encantan los niños, y creo que a ti también te gustará.

-¡Pero papá! –Exclamó Aqua, indignada- ¡Yo quiero estar contigo, no con la señora Olive!

-Solo será un tiempo, cariño –la intentó tranquilizar, pero cuando vio que su hija se incorporaba con fastidio decidió darle una explicación, así que su tono se volvió más serio cuando dijo-: No me gusta que me veas en este estado. Ahora lo que más necesitas es distraerte, y creo que ir allí te vendrá bien. Cuando me recupere, iremos a pescar, te lo prometo.

La señora Olive era una vieja y melancólica viuda que vivía en una gran mansión a las afueras de Nuouva Kilk. Debido a una menopausia prematura había visto como su sueño de tener hijos se incumplía. Por esa razón trataba de apaciguar su dolor centrándose por completo en sus quince gatos, a los cuales trataba como si fueran personas. Cuando Aqua vio en el jardín de la casa a un gato particularmente bien alimentado y vestido con una pequeña gabardina no pudo evitar echarse a reír, a lo cual el gato respondió entrecerrando sus brillantes ojos y lanzándose hacia ella con sus garras. Aqua agradeció el hecho de que soliera participar en carreras con los niños en lugar de jugar con muñecas con las otras niñas, pues el gato estuvo persiguiéndola un largo rato. Al fin, cuando encontró un trozo de madera lo suficientemente grande, se giró justo a tiempo para propinarle un fuerte golpe al animal, el cual huyó despavorido entre maullidos.

-Estúpido gato –escupió Aqua, triunfante.

Pero pronto se arrepintió de haber herido al gato, pues dos criadas tan rojizas como tomates aparecieron al instante, le dieron un fuerte tirón de orejas (las criadas todavía pensaban que era una huérfana recién sacada del hospicio) y le obligaron a no mantener contacto visual con ninguno de los extravagantes gatos. La razón que daban las criadas era que la señora Olive se sumía en un estado depresivo cada vez que uno de sus animales fallecía, y sin duda aquel percance provocaría un intenso dolor en su débil corazón.

Aqua no supo si sentirse afortunada cuando vio que la señora Olive salía corriendo de la mansión, con los brazos en alto y el maquillaje a medio hacer. El incidente con el gato no pareció haberle afectado en absoluto, pues ahora tenía lo que siempre había querido. La abrazó fuertemente y luego la levantó, para dejarla caer de nuevo pues no tenía la suficiente fuerza. Las criadas le rogaron que no hiciera ese tipo de esfuerzos, pero a la mujer ya no le importaba su salud.

-Querida, pero qué cabellos me traes –exclamó cuando vio las hojas y ramitas que se habían quedado enganchadas en el pelo de Aqua-. Ignoro si es una de esas extrañas nuevas modas, pero creo que deberías dejar que mis manos milagrosas arreglen ese estropicio.

-Señora, si quiere una de nosotras puede encargarse de eso –recomendó una sirviente bastante rechoncha.

-Ni hablar, Marlo, llevo toda la vida curtiéndome en el arte del manejo del peine –repuso la mujer en tono autosuficiente-. Ahora es una buena ocasión de mostrarlo a esta adorable huésped. Vamos, queridas –y cogió de la mano a Aqua, la cual no tuvo más remedio que dejarse arrastrar, de mala gana.

La mansión no le transmitió buenas vibraciones desde el principio. Le parecía demasiado grande, escasamente iluminada y fría. Pensó que le ocurriría igual que cuando se mudó a otra residencia; que, a pesar de los inconvenientes de tenía siempre el nuevo hogar, los cuales se agravaban cuando recordaba las obvias virtudes de su anterior casa, terminaría por adaptarse a la nueva situación. Se aferró a ello para sentirse mejor y al hecho de que le vendría bien alejarse de la casa que tan buenos recuerdos le había dado.

Caminaron rápidamente por un pasillo de decoración marcadamente gatuna; en las paredes, incluso, había numerosas pinturas de gatos, a cada cual más inquietante. En un rincón del pasillo, a la penumbra, un cuadro de un hombre pintado a desgana.

Al fin llegaron a la habitación de Olive, una purpúrea estancia que tenía un olor extraño. Sentó a Aqua en una silla frente al tocador y le dijo que se preparase para una demostración de estilo, a lo que Aqua se echó a temblar. Y, como efectivamente había supuesto, tuvo que morderse el labio para evitar escapar un gemido de dolor cuando las duras agujas del peine fueron pasadas por su cabeza. Tampoco pudo evitar acordar el modo en el que su madre la peinaba, y tuvo que volver a apretar el labio todavía más, hasta hacerse sangre.

-¡Estás más hermosa que la princesa, querida! –exclamó alegremente Olive una vez hubieron terminado.

-Sí, es cierto –respondió Aqua, pensando que su cabello no había cambiado en absoluto.

La señora Olive decidió que, como buenas amigas, quedarían todos los días para peinarse mutuamente. Mientras se peinaban, la señora Olive solía hacerle preguntas incómodas a Aqua sobre su madre, a las cuales ella respondía con la cortesía que le habían enseñado. Pero lo peor fue cuando tuvo que decir que entre sus aficiones se encontraba la danza y la lectura (poco después se alegraría de haber obviado las carreras y las subidas a los árboles), pues la señora Olive consideraba todo aquello poco práctico, así que a las reuniones de peluquería se les unieron clases para saber administrar el dinero.

-Cuando tengas un marido, querida, tendrás que ocuparte de estas cosas. Una mujer debe ser eficiente en su terreno.

A pesar de que odiaba aquellas lecciones, nunca dijo una palabra a la señora Olive. La viuda, más que odio, le inspiraba pena. Estaba claro que no tenía la menor idea de cómo tratar a una hija. La colmaba de atenciones, hacía que las criadas cocinaran los mejores platos y ordenaba que le trajeran las joyas más delicadas y ostentosas, pero Aqua no satisfacía a la muchacha, que parecía ausente, como si la chispa de la infancia se le hubiera esfumado repentinamente. Extrañamente, sus momentos de diversión se limitaban a hacer enfurecer a los felinos cuando se los encontraba por algún rincón de la mansión y se metía con sus absurdas corbatas y lacitos. Estos probablemente no comprendían los comentarios de Aqua, pero como habían desarrollado una especial envidia en ella no dudaban en perseguirla hasta que ella trepaba hasta lo más alto de un árbol. Allí se encontraba mejor que en la mansión; podía sentir la aliviadora pero efímera brisa mientras contemplaba como el sol se escondía en el horizonte para dar paso a las estrellas. Y entonces se preguntaba si lo que le había dicho su madre hacía tiempo era cierto, si aquellas perlas resplandecientes eran la luz de los corazones de la gente de otros mundos.

Un día, Marlo, la sirvienta que parecía tener mayor autoridad que las demás, la bajó del árbol con rudas formas y le comentó que había venido su padre para visitarla.

Él la esperaba en la sala de estar. La saludó con cortesía (la señora Olive y sus sirvientas no se apartaban de ellos en todo el tiempo) e indicó a su hija que se sentara en uno de los sillones. Le preguntó si la mansión era de su gusto y si la señora Olive satisfacía sus necesidades, a lo cual se vio obligada a mentir. La señora Olive, gustosa de oír lo que quería, afirmó que nunca había visto a una niña tan feliz y se sería una gran molestia si Aqua no extendía su estancia en la mansión. Él no necesitó mucho tiempo para creerlo; no era un hombre demasiado observador, a diferencia de su hija, que había percibido cierta intranquilidad en su conducta. Las suposiciones de Aqua se vieron confirmadas en pocos minutos; el deseo de su padre a abandonar el lugar se hizo evidente cuando acordó rápidamente con la señora Olive que su hija permanecería unos días más en la mansión y, brevemente y sin llegar a mirarla directamente a los ojos, la abrazó y se marchó de allí.

Al día siguiente, Aqua se mostró más obstinada que de costumbre. Comió con desgana y al terminar anunció que la comida no había sido de su gusto. La señora Olive pronto se llenó de preocupación y tuvo que recriminarle a Marlo que hubiera cocinado un plato tan mediocre como el jamón cocido con salsa Cumberland. Cuando se giró para preguntarle amablemente a Aqua si quería otro plato se sorprendió al ver que esta ya se había retirado sin pedir permiso.

Aqua caminaba por el pasillo, hecha un basilisco. Uno de los gatos apareció por una de las esquinas con traje de baño y le enseñó los dientes, a lo cual Aqua respondió con una mirada asesina que le hizo huir despavorido.

La chica quería llegar cuanto antes al árbol. Se quedaría allí a ver las estrellas toda la noche, y cuando viniera una de las sirvientas se excusaría diciendo que se había quedado dormida, siempre y cuando no estuviera tan cabreada como para tirarse encima a arrancarle mechones de cabello.

Subió un pie al agujero en el tronco que solía servirle como soporte, pero antes de hacer fuerza con los brazos para seguir escalando, algo le llamó la atención. Al otro lado de la verja, un carruaje arrastrado por energía lumínica se había parado, emitiendo un extraño sonido de succión que indicaba el aprovechamiento de la luz. La puerta se abrió y del transporte emergió Eraqus. La saludó con una elegante inclinación de la cabeza y se acercó a la verja. Aqua hizo lo mismo, y cuando llegó a su posición sacó los brazos de la verja y lo abrazó.

-Un saludo muy cálido pero poco cordial para tratarse de una hija de nobles –dijo sonriente mientras acariciaba el pelo de Aqua.

-Oh, Eraqus, sácame de aquí, no aguanto más –suplicó la niña-. No soporto estar aquí, con la señora Olive, sus criadas y sus estúpidos gatos. Y mi padre no quiere estar conmigo.

-Tranquila, querida. A eso he venido.

Aqua levantó la cabeza hacia él, atónita.

-Vas a venir conmigo a otro mundo.
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